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2 de noviembre de 2009

Lisboa, descuidada belleza

No es la primera vez que visito la capital Portuguesa, hace más de seis años que no estaba por allí y parece que el tiempo no pasa por ella.

Recuerdo que la primera vez que estuve en Lisboa, un virus estomacal no me permitió contemplarla y disfrutarla con la intensidad de esta última, cierto es que una grata compañía siempre ayuda a que entre sonrisa y sonrisa uno disfrute del lugar donde viaja de una manera bien distinta.

Otro día hablaré sobre lo importante que es ir en buena y saludable compañía de viaje, cosa que es mi caso en la mayoría de las veces.

Lisboa es una ciudad ubicada en la desembocadura del Río Tejo (Tajo para nosotros), dominada por el Puente 25 de Abril que sirve de unión entre una orilla y otra pero que bien parece cualquiera de esas ciudades europeas que miran al mar desde su transitado puerto, llegar a la Torre de Belem y admirar esa belleza estética acariciando la orilla de su río, quedarte embobado frente a la fachada del Monasterio de los Jerónimos o ver como Don Enrique el Navegante ofrece una carabela como presente a todo aquel visitante que se postra a los pies del Monumento a los Descubrimientos.

De nuevo he vuelto a atravesar la ciudad por sus venas en forma de raíles, he vuelto a montar en tranvía (sin pagar), he ido de Belem a Comercio observando como esos maravillosos edificios con tan preciosas como descuidadas fachadas van quedando a cada lado de la Línea 15.

Aparezco en la Plaza de Comercio, con la intención de contemplar una de los espacios abiertos más bonitos de Europa y me llevo el chasco de ver como una mastodóntica obra impide disfrutar de tan majestuoso lugar, allí por encima de vallas de chapas sigue divisándose a Don José I montando su caballo dando la espalda al Arco de Augusta puerta triunfal hacia la calle del mismo nombre que vértebra el centro de la ciudad lisboeta dejando sorpresas visuales en cada rúa que la cruza: Alfama, Ruinas de Carmo, Torres de Sé o el Elevador de Santa Justa, nexo de unión entre el barrio bajo y Chiado a la vez que mirador preferente del centro de Lisboa y del Castillo de San Jorge.

Augusta muere en Figueira y cerca de allí en Café Gelo en Dom Pedro y frente al Teatro Nacional aprovechamos para hacer una parada y picar unos magníficos bollos con chorizo y queso acompañados de una Sagres fresquita como le gusta a mi amigo Joaquín, yo sigo siendo de Coca Cola, que le voy a hacer.

No quiero abandonar mi crónica de mi visita a Lisboa sin dejar pasar lo maravilloso que puede ser caminar degustando un pastel de Belem por el Barrio de Alfama y dejarse llevar por un lugar que quedó anclado a mediados del siglo pasado, repleto de bares desde cuyo interior se adivinan sonidos envueltos en fados y tiendas donde el escaparatismo en acero o aluminio nunca llegó, siguen siendo de madera. Alfama, eternamente descuidado pero de indudable belleza es el fiel reflejo y significado de una ciudad que Tajo adentro ha alcanzado el siglo XXI pero que de la Rúa Alfándega y hasta el Solar do Castelo, pasando por la Sé de Lisboa sigue manteniendo la esencia cautivadora de décadas pasadas.

Puente 25 de Abril

Estación Marítima de Alcántara (Puerto de Lisboa)

La Torre de Belem

Puerta del Monasterio de los Jerónimos

Garita en Belem entrando en el Tajo

Arco de Augusta

Los Jerónimos

Monumento de los Descubrimientos

Pasarela de Belem

Elevador de Santa Justa

Vistas del Castillo de San Jorge desde Figueira

Limpiabotas

Vista desde la Rúa de Santa Justa en la Baixa Pombalina

Vistas de Alfama y el Castillo desde Carmo

Plaza de Dom Pedro IV desde el mirador del Elevador

Subiendo hacia Alfama

Barrio de Ajuda de noche con el Palacio Nacional al fondo

Sé de Lisboa (Catedral)

Tranvía sobre blanco y negro



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