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31 de diciembre de 2010

Hasta otra 2010 (y Navidades boqueronas)


A mis padres, a mi hermana, a mis “pocos” amigos y por supuesto a ti por estar, aquí y ahora, tan cerca de mi soñando mientras escribo esto.


Parece que fue ayer cuando ultimaba los detalles para la cena de fin de año de 2009.

Parece que fue ayer y como ha cambiado todo.

Aquella noche que con las doce campanadas abrió este año 2010 que hoy termina pedí tres deseos a cumplir durante estos doce frenéticos meses de mi vida.

De los tres, dos cumplidos en lo que a salud y trabajo se refiere, el tercero, será difícil que algún día pueda cumplirse. Posiblemente jamás, aunque la esperanza nunca la perderé ya que soy persona que confía en su destino.

El escenario de futuro que veía en aquel momento bien poco se parece al que vivo en la actualidad, es por eso que pienso que la vida nunca sabes como puede sorprenderte y puedes pasar de la más absoluta miseria personal a tocar con la punta de los dedos la felicidad más absoluta.

Contar lo sucedido es absurdo, al pasado tierra.

Pero secciono mi año en dos partes bien diferenciadas que casualmente parten en dos de una manera real esta etapa.

Fue un año de corazones rotos, de amistades perdidas, de negocios en crisis, de nubes volcánicas, de sueños incumplidos, de depresiones, de perdidas de peso, de llantos y lamentos…

Pero también ha sido un año de corazones sanados, de amistades ganadas, del trabajo soñado, de viajes y experiencias maravillosas, de sueños cumplidos, de ilusiones, de cambio de imagen, de sonrisas y besos…

Por fin te marchas 2010 y tengo la sensación de odiarte por como me recibiste a primeros de año, o amarte por como me despides, porque ni en el mejor de mis sueños podría imaginar de la manera que cierro tu puerta y abro la de esta nueva década que comienza.

Jamás imaginé sentir lo que he sentido, jamás imaginé experimentar lo que he experimentado y vivir lo que he vivido.

En pocos días sumo un año más a mi tarta de cumpleaños pero tengo la sensación de haber cumplido en estos 365 días muchos más qué uno solo, parece que pasaron diez al menos, de una tacada.

Soy la misma persona, sin duda, pero soy un hombre nuevo, con nuevas ambiciones, nuevos proyectos y nuevas ganas de vivir, compartir, sentir y amar…

Ahora llego de pasear por mi nueva ciudad, de observar como esta navidad diferente me atrapa en sus calles.

Cierto es, que no es Sevilla, mi tierra, mi madre, pero es una ciudad maravillosa, con gente estupenda y que hago mía desde el momento que me planteé vivir en ella.

Bien pudiera ser cualquier otra ciudad del mundo, cualquier otro país, pero el destino quiso que aquella noche de junio el ángel que se apareció ante mi habitara en este rincón del sur de España.

Si hubieses morado en Brasil, allí hubiese ido a bailar capoeira, si hubiese sido en Cuba, allí estaría bailando salsa, en Colombia, vallenato o sirtaki en Grecia, pero mi destino quiso que fuera aquí donde también puedo bailar sevillanas, por suerte.

Es el año del “gracias por aparecer”, del “todo llegará”, del “nada ocurre por casualidad”, del “Carpe diem”, el año de mi Camino de Santiago, de Facebook y de mil historias más.

Hasta otra 2010, después de todo hasta tengo que darte las gracias y quererte…

Felices Fiestas a todos los que seguís este humilde blog desde lugares como Argentina, Francia, USA, México, Chile, Cuba, Marruecos, Perú, Colombia, Alemania, Bélgica, Costa Rica, Reino Unido, Panamá, Portugal, Italia, República Dominicana, Suiza, Uruguay, Venezuela, Brasil y muchos sitios más.

Y por supuesto a aquellos que lo hacéis desde casi todos los rincones de España.

De verdad gracias por haberle dedicado a este espacio un ratito de vuestra vida y haberos convertido en mis compañeros de viaje en este año tan especial para mi que acaba.

Feliz Año Nuevo a todos, nos vemos compañeros…

P.D.: Lo sabes, ¿no?

Aquí os dejo una galería de diez imagenes que corresponden a la Navidad malagueña, pincha en la imagen para ver la galería o aquí para ver la presentación.



26 de diciembre de 2010

Mi Camino de Santiago (y XI) - Santiago en forma de epílogo


Como epílogo a este relato, el recuerdo de las horas siguientes tras alcanzar la gloria compostelana disfrutando de esta maravillosa y mágica ciudad gallega.

Y sobre todo el regalo que nos tenía preparado Carlos Núñez con la Sinfónica de Galicia en la misma Plaza del Obradoiro.

Aquella noche en el corazón de la ciudad se vivió uno de esos conciertos que quedan para la historia de la música y es que pudimos ser testigos de cómo el Maestro Núñez nos deleitaba durante más de dos horas con su repertorio de música tradicional gallega de raíces celtas bajo el amparo de la catedral compostelana mientras observábamos como el día moría dando paso a la noche en el mismo corazón de la villa.

Gran regalo para los peregrinos que llegamos aquel día y que nos dejo un maravilloso sabor de boca poniendo el broche de oro a aquella jornada en que llegamos a Santiago.

Esos dos días en Santiago me sirvieron para gestionar la burocracia del camino, o sea, solicitar la Compostela, asistir el domingo a la misa del peregrino, cruzar la Puerta Santa al ser año Santo Compostelano y subir al camarín donde se ubica el Apóstol y abrazarlo agradeciendo lo vivido y pidiendo aquello de lo que hoy disfruto.

“Gracias Santi” como diría Claudia.

También pudimos disfrutar de una mariscada en toda regla en un restaurante de Rúa do Vilar, de un delicioso café en la terraza del Bar Fonseca o de algún que otro capricho en forma de pastel por esas confiterías que quitan el hipo con solo ver sus escaparates.

Saltamos a la comba, jugamos al diábolo o a la rana en el parque de la alameda, besamos a “Las Marías”, abrazamos corazones y sentí el pellizco al despedirme de Claudia y José Antonio.

Nunca olvidaré la cara de Claudia girada en el asiento de atrás de aquel taxi agradeciendo con su mirada todo lo vivido.

Recuerdo como la relajación era total, como mi cara, nuestras caras transmitían serenidad, tranquilidad y felicidad por lo logrado.

La horas pasan muy rápido en la ciudad compostelana.

Siempre hay algo que hacer pero me quedo con la noche, cuando ya todo el bullicio de la ciudad se ha desvanecido, cuando por las calles solo deambulamos cuatro románticos bohemios y alguna pandilla de jóvenes universitarios o peregrinos con ganas de fiestecilla.

Pasear por la noche en Santiago es una experiencia sin igual, lo que durante el día es un hervidero, por la noche es la más absoluta calma.

La ciudad descansa, la ciudad dormita y espera a que al día siguiente todo vuelva a ser igual que la jornada que muere.

Mientras tanto, nosotros volvemos camino de nuestro alojamiento en busca de descanso, agarrados, parando cada no más de diez metros para mirarnos el uno al otro y desear que todo sea así para siempre.

Una caricia, un tímido beso y otros veinte pasos, así hasta llegar hasta la Plaza del Obradoiro donde queda solo la secuela del concierto del día anterior y de fondo una maravillosa voz entona las últimas letras de una melódica canción.

Una pareja sentada en el suelo, se levanta y se marcha.

Nosotros llegamos frente a este joven del que hemos quedado cautivados por su voz.

De aspecto desaliñado, melenudo, de barba larga, como salido del profundo Londres de los setenta, una guitarra entre sus manos, la caja a sus pies con algunas monedas y afinando las cuerdas de su destartalado instrumento.

Me acerco, echo un par de euros y me distancio de él como unos cinco metros.

Agradece mi gesto, yo me siento en el suelo junto a ti, apoyado en la pared frente a él.

Echo mi brazo sobre tus hombros, aparto el cabello de tu cara, te miro, te beso suavemente y aquel joven artista empieza a tocar y cantar para nosotros el legendario “Something” de los Beatles…


11 de diciembre de 2010

Mi Camino de Santiago (X) - Última etapa de este camino


Antes de relatar la última etapa de este Camino quiero que recibas este post como regalo en el día de tu cumpleaños por ser la protagonista de muchas de las vivencias que durante diez capítulos he contado.

Sencillamente por ser, sencillamente por aparecer en mi camino...

... FELICIDADES peregrina (30 -1).



Es muy temprano, acaba de sonar el despertador, son las cinco de la mañana.

La etapa de hoy es la última de este camino que hace días empecé en O Cebreiro y que salvo decisión de última hora me llevará a los pies del Apóstol Santiago en la capital compostelana.

He barajado la posibilidad de finalizar la etapa en el Monte do Gozo pero si llegadas las diez de la mañana llego a este punto me plantearé proseguir hasta Santiago.

No hay donde desayunar, aún no han dado las seis de la mañana, y me dispongo a partir en la cerrada noche aún atravesando el tupido bosque de eucaliptos que queda a la salida de Arcas.

Antes José Antonio y yo hemos cambiado a modo de trueque unas barritas energéticas por un kitkat antes de coger ventaja con respecto a Claudia y a él, ya que mi ritmo será algo más intenso en esta ruta.

Durante al menos dos horas, el paisaje que deja a mi paso la oscuridad es una mezcla entre temor y motivación por poder acariciar las puertas de Santiago en un día tan importante como éste, el día en el que alcanzaré la gloria compostelana.

La tranquilidad de la soledad del camino me recuerda a las etapas de los primeros días donde la luz de mi linterna y el roce de las trinchas de mi mochila eran fieles compañeras de viaje.

Oscuridad, tiniebla y el sonido del silencio, son mis acompañantes en esta primera parte de la etapa, al fondo, pasadas un par de horas, la incandescencia de las balizas del aeropuerto de Santiago marcan como si un falso amanecer apareciera tras el cerro de Lavacolla hasta llegar a la valla del perímetro del aeropuerto, decorada de cruces de madera y donde una gigantesca estructura de hormigón y metal iluminada, parece una nave espacial recién aterrizada de cualquiera de esas constelaciones que la noche antes observamos desde Pedrouzo con José Antonio “el astrónomo”.

Poco más adelante dos peregrinos recogen sus enseres después de haber pasado toda la noche al raso y unos quinientos metros después antes de buscar el camino a San Paio un señor aparece de entre la bruma ofreciendo camas para dormir esa noche en Santiago en un gesto de cómo alguien puede buscarse la vida de la manera más inverosímil posible sin tener en cuenta horas y formas más allá de la necesidad que probablemente tenga de que cada noche su casa o pensión tenga la mayor ocupación posible para poder llegar a fin de mes.

Yo tenía alojamiento cerrado en Compostela pero de no haber sido así bien sabe el Apóstol que le hubiese reservado algo a este pobre hombre que allí esperaba a que algún peregrino necesitara de su ofrecimiento y hospitalidad.

Con las claritas del día voy entrando en la localidad de Lavacolla donde un perro es el anfitrión de esta villa y que hace de sereno al paso de los pocos que por allí transitamos antes de pasar junto al cauce del río Sionlla o Arroyo de Lavacolla donde antaño los peregrinos lavaban sus ropajes y se aseaban ante la inminente llegada en apenas diez kilómetros a la ciudad santa.

Paro a desayunar en Casa Amancio un coqueto bar y albergue con la peculiaridad de que sus paredes de piedra guardan cientos de monedas de céntimos apoyadas sobre los salientes de las piedras dando un toque peculiar al establecimiento.

Pido la cuenta del desayuno, tres euros con treinta céntimos, busco la chatarra en el bolsillo de mi pantalón y solo tengo tres euros con veinte, el resto un billete de cincuenta.

No me apetece cambiar y echo mano a dos monedas de cinco céntimos para cuadrar mi cuenta y dejar la roncha pagada.

No se si aquellas monedas estaban allí para eso, no pregunte el significado, pero me sirvieron de mucha ayuda para evitar cambiar el último billete de cincuenta que me quedaba.

A partir de aquí, un interminable tramo asfaltado de moderada subida y otro largísimo en línea recta dejando al lado los edificios de las cadenas de televisión hasta llegar al Monte do Gozo.

Y allí, en lo alto de aquella colina coronada por su imponente monumento cobrizo que mira hacia la ciudad que a poco más de cinco kilómetros alberga el momento de la gloria es donde muchos consideran que verdaderamente acaba el camino para el peregrino.

Ahora entiendo lo del Gozo, eso era lo que se respiraba en aquel lugar, el gozo y disfrute de aquellos que tras duras etapas y jornadas de andar, pedalear o cabalgar saben que a poco más de una hora llegaran a la Plaza del Obradoiro. Es allí desde donde se divisan las torres de la catedral de Santiago, altivas, señoriales y esbeltas como brazos alzados esperando a recibir a sus hijos caminantes, es allí donde se respira que todo termina, o que todo empieza según se mire. Allí en el Monte del Gozo se mezclan las caras sonrientes con las de sufrimientos, allí ya no queda dolor, solo queda gloria. Gloria eterna para aquellos que emprenderán la bajada hacia la Ciudad Sacra, gloria para aquellos que partieron desde Roncesvalles, Oviedo, Sevilla, Lisboa, Braga, Tui, Sarria, Astorga y un largo etcétera. Gloria eterna para aquellos que vinieron de otros países, de otras culturas atraídos por la indescriptible fuerza que tiene esta ruta que tanto marca en la vida de un ser humano.

Y con el alma llena de satisfacción inicio el camino de bajada hacia Santiago atravesando el extrarradio de la ciudad por la Rúa de San Lázaro, mezclándome con los ciudadanos que acostumbrados al trasiego de peregrinos apenas te tienen en cuenta pero yo ando, camino, alargo el paso para intentar llegar a tiempo a la misa del peregrino algo que por cierto intuyo que será prácticamente imposible pero no importa tengo una vida para ello.

Cuando llego a la Rúa de San Pedro la sensación de que todo está a punto de finalizar es inevitable, al final de San Pedro, la Porta do Camiño, antigua entrada a la ciudad vieja por donde los peregrinos se adentraban en Compostela. Subo hasta la Plaza de Cervantes y tras el repecho de la adoquinada Acibechería aparezco en la multitudinaria Plaza de la Inmaculada donde unas interminables colas de visitantes aguardan a que empiece la misa.

En ese lugar ya la emoción me embriaga, es insoportable, estoy tocando con mis manos las mismas puertas del cielo peregrino. El ruido del bullicio de la gente se mezcla con el sonido que algún gaitero emana de su preciado instrumento escondido por los rincones de esos edificios oscuros característicos de Santiago que en un esplendoroso día soleado parecen secar sus paredes de una humedad que por mucho sol que ilumine será imposible desaguar el calado de tantos días de lluvia.

Muchas veces estuve en Santiago, vi llover en Santiago y es cierto que hay dos ciudades distintas en función de si el hermano de Tiago, Pedro, llora o no pero para el día que culminara mi Camino deseaba que el sol estuviese fuera, que sirviera de luz que ilumine mi gloria y que pusiera tregua a esas jornadas de lluvia vividas con antelación.

Y al fondo el Arco del Palacio, la arcada que da paso a Obradoiro, ese lugar emblemático donde siempre te recibe un gaitero, un grupo de músicos o un tenor entonando el Ave María de Schubert que como si de aduaneros del camino se trataran ofrecen su música a cambio de nada, ellos pondrán la banda sonora al momento que pisas la Plaza, la más emblemática plaza del mundo, al menos para mi.

Vengo del este, por donde el sol amanece cada mañana, atravieso el arco y giro hacia el sur, hacia mi tierra, desde donde partí jornadas atrás y en ese momento en el que me adentro en el corazón de la villa compostelana, dejando el hospital de peregrinos al norte, al que tanto amo por ver nacer al ser más maravilloso que se cruzó en mi vida doy mi espalda al oeste y cuando el sol brilla en lo más alto del día, me paro, dejo de caminar, tomo aire, contengo la respiración, levanto la mirada y allí me dejó llevar por una emoción contenida frente a la fachada de la Catedral de la Cristiandad.

Me siento el centro del universo, las cuatro puntos cardinales convergen en mi ser, norte, sur, este y oeste son testigos de mi humilde hazaña.

Allí, entre un mar de personas, frente a las escalinatas que conducen a la antesala del Pórtico de la Gloria me derrumbo literalmente, me dejo caer sobre mi pesada mochila y observo detenidamente la portentosa fachada de la Catedral de Santiago tirado en el suelo mientras por mi cabeza pasan de una manera vertiginosa recuerdos de lo vivido, de lo experimentado y de la maravillosa historia que uno siente haciendo el Camino.

Doy gracias por haber llegado hasta allí, en compañía de quien lo hice y de la manera que lo hice, sabiendo que en ese momento realmente no termina mi camino, sino que realmente empieza.

Empieza un nuevo camino en mi vida en el que la espiritualidad y el alma, los valores de lealtad, amistad, humanidad, compañerismo, amor y respeto adquirirán un protagonismo en mi persona que aún poseyéndolos con antelación a esta vivencia, de esta experiencia salen mucho más fortalecidos y con el verdadero significado que tienen y deben de tener para un ser humano.

A partir de aquí lo que muchos ya conocemos, el abrazo al Apóstol, atravesar la Puerta Santa por ser año xabobeo, el último sello para obtener la Compostela, la misa con el botafumeiro y otros momentos que por estar algunos envueltos en una vorágine comercial y anti-peregrina prefiero obviar aunque reconozco que forman parte del Camino y de los que yo también fui partícipe.

Aquél sábado de septiembre de dos mil diez finalicé mi Camino de Santiago y utilizando el tópico reconozco que desde ese momento mi vida cambió.

Aquel sábado de septiembre de dos mil diez finalicé mi Camino de Santiago pero también empecé otro, el mejor y más apasionado e ilusionante de mi vida…

Nuestro camino.

26 de noviembre de 2010

Mi Camino de Santiago (IX) - Por Amor



Tras la durísima etapa del día anterior y la próxima que salvo sorpresa será la última de mi camino, se encuentra este tramo de algo menos de veinte kilómetros que hay entre Palas de Rei y Arzúa.

Pero hay dos factores o dos motivos que hacen de esta jornada algo especial. Después de haber sufrido calor, frío, lluvia, algo de viento y alguna inclemencia más, faltaba que apareciera en mi camino la niebla.

Ese el primer factor el otro algo que pude leer casi al final de mi etapa en A Brea.

Andaba deseoso de poder amanecer una mañana y que la tan conocida y tupida niebla gallega apareciese ante mis ojos sin poder ver más allá que unos metros entre mi cuerpo y mi senda.

Y así fue, aquella mañana que salí un poco más tarde de lo habitual me encuentro que desde la salida de Palas por Rúa do Carmen la niebla será la capa de rocío que me sirva de manto durante las primeras horas de camino.

Antes de partir puedo tomarme el primer zumo de naranja natural de todo mi camino en el Bar Ameixa, lugar muy recomendado para desayunar donde si te apetecen unos churros con azúcar allí que te los preparan.

Entre sendas repletas de eucaliptos discurren los primeros metros de la etapa y la niebla empieza a difuminarse dejando paso a unos tímidos rayos de sol que desvanecen la bruma dejándola posarse sobre las hojas y alambradas del camino ya en forma de gotas de rocío a las que le quedan pocos minutos andes de caer sobre la calada vereda.

La etapa parece de trazado cómodo pero las piernas empiezan a pasar factura, atravieso las aldeas de A Peroxa y Taberna Vella antes de llegar a Calzada donde hago la primera parada no para un desayuno fuerte sino para comprar algo de frutos secos y unos “Muesly” que debo de reconocer que son una delicatessen para el paladar, un poco caros, pero bien merece la pena de vez en cuando poder probarlos.


Muchas curiosidades durante la jornada.

La primera de ellas, la impresión que me dio ver a dos parejas que hacían el camino portando como mochila a dos bebés en sus espaldas, a los que imagino que eran sus padres se les veía superorgullosos de aquello que hacían y me llama la atención que hay parejas en nuestra vida cotidiana que dicen que durante los primeros años de vida de sus hijos no van de viajes con sus bebes o que consideran que no es recomendable porque son muy pequeños, porque si esto, porque si lo otro…

Anda ya, uno se lleva a sus bebés donde quieran y si es a eso a lo que los acostumbras pues eso que se llevan. Imagina lo que tiene que ser para uno cuando pasen los años y veas tu credencial sellada cuando apenas tenías uno o dos años.

Que pasada, y mis padres me llevaban un domingo al campo y yo me creía Tom Sawyer.

Es curioso también como aparecen ante mi los primeros y únicos “perrogrinos” que veo durante la ruta y recuerdo la definición que el Padre Augusto dio en Triacastela sobre ellos.

Llamativa estampa, pareja cuarentona, perro sobre un carrito parecido al de un bebé y el chucho era el auténtico Príncipe del Camino. Vamos, que observo la escenita y cuando al can se le apetece beber allá que lo bajan del carro, le sacan una palanganilla de esas, le abren una botella de agua mineral y allí se pone el “mono” a beber agüita como si fuera la mismísima Lassie.

Yo nunca tuve un perro, con alguno me cruce en mi vida, de raza humana hablo, pero no se yo si lo vivido con mis compañeros “perrogrinos” esta más cerca del ridículo o de la naturalidad.

En cualquier caso, vayan mis disculpas por adelantado aunque, manda cojones…

Durante la ruta, ya se sabe, gente andando, en bici, portando bebés, con perritos pero aún faltaban las apariencias estelares de los equinos.


Y esta etapa por fin veo a un grupo de caballistas que haciendo el camino se van cruzando con el resto del respetable y si ya de por sí estas últimas jornadas parecían una romería de gente pues ahí que trotan un grupo de romeros de la Hermandad del Rocío de Fuengirola que medalla en cuello y pose airosa le dan el toque que la ruta necesitaba.

Por un momento aquello parecía que en cualquier momento me cruzaría con la correspondiente carreta del Simpecado como si en la mismísima Raya Real estuviera.

No obstante, es muy bonita la estampa de los caballistas por la Ruta Jacobea, con el altivo trote de unos bellísimos caballos y el respeto que hacia los que íbamos andando procesaban.

Pero me quedo con aquel hombre que poco antes de llegar a Salceda, se cruza en dirección contraria tirando de un burro cargado hasta las manillas al que pregunto que si va de vuelta y me contesta que está haciendo el camino como antaño. Llegó desde Roncesvalles a Santiago en burro y se vuelve por el mismo camino.

Hombre y burro, burro y hombre.

Y es que este tipo de situaciones, esta manera que cada uno tiene de entender y de hacer su camino es lo que hacen de esta experiencia que sea única e irrepetible en este planeta.

Unos metros antes de cruzarme a hombre y burro, paro ante el sencillo monumento y homenaje que el camino le rinde a Guillermo Watt, peregrino de sesenta y nueve años que un caluroso día de agosto de mil novecientos noventa y tres, en aquel mismo lugar falleció, a escasos treinta kilómetros del final de su camino. Una réplica de las zapatillas que portaba en el momento de desplomarse en el suelo sirven de objeto de culto en el improvisado altar donde flores, estampas, notas y objetos personales van dejando los peregrinos a su paso.

La gloria eterna, mi más sentido pésame y homenaje a los que dejaron su vida en esta aventura y de los que me acordaré cuando pise suelo y mire cielo en la Plaza del Obradoiro.


Comentaba al principio del capítulo que eran dos factores, dos motivos los que habían convertido esta etapa que parecía poco atractiva en algo singular.

Uno la aparición de la niebla y el otro se da a mi paso por el punto de información al peregrino de O Pino en la aldea de A Brea.


Allí entro a sellar mi credencial y casualmente veo a aquella pareja que días atrás habían sido protagonistas de algunas anécdotas durante el camino y que son compañeros de peregrinar desde el primer día. Están anotando algo sobre un libro de registro de peregrinos en el que escribes tu fecha de paso, lugar de procedencia y el motivo de tu camino.

Él anota antes que ella, se despiden dando “buen camino” y me acerco a rubricar el libro.


Echo un vistazo al tomo, muchas las procedencias, ciudades de todo el mundo, y diversos los motivos que plasman los peregrinos: religiosos, deporte, turismo, vacaciones, peregrinación, etc…

Pero me llama la atención que el registro anterior al mío, el que había rellenado aquella chica decía textualmente en el apartado de “motivo de la peregrinación”:


POR AMOR

Yo me quedé perplejo, tiré algunas hojas hacia atrás para ver si aparte de los motivos anteriormente citados había algo parecido y lo normal era leer razones como: promesa, devoción, fe, etc, pero nadie, absolutamente nadie había escrito el motivo que aquella joven plasmó en aquel libro.


Y todo fundamento es valido y respetable como causa para realizar el Camino de Santiago pero hacerlo por amor me parece de una belleza, una sensibilidad y una categoría humana que pocas personas habrán tenido durante la ruta jacobea.

Ahora después de leer tu razón, el motivo que te empujó a iniciar el camino en compañía de tan afortunado hombre entiendo y encuentro explicación a las miradas, la complicidad, la luz de tu cara, los gestos de cariño y tantos momentos de ternura de los que he sido espectador durante mi camino, vuestro camino.


Con la sensibilidad a flor de piel continúo mi derrotero camino de Arcas por la travesía que conduce a Rabiña donde las casas de piedra y pizarra lucen engalanadas de hortensias dando un colorido especial a esta parte del camino.

Antes de llegar a Pedrouzo parada obligada en la Fuente y Capilla de Santa Irene antes de iniciar los últimos tres kilómetros hasta la Pension Arcas donde nos espera Manuel para entregarnos las llaves de mi habitación ya habilitada con dos camas más para mis compañeros Claudia y José Antonio con los que coincido a la altura de A Rúa desde donde finalizamos la etapa juntos.


Una ducha y camino de la Parrillada Regueiro para degustar una exquisita fabada y raxo fileteado con patatas fritas. Después de vuelta a la pensión para descansar algo.

Al caer la tarde salgo en solitario a dar una vuelta para estampar el sello en mi credencial en la humilde Iglesia de Santa Eulalia y desde allí pasear hasta sentarme en el café Rúa Nova, junto a la Pensión Maruja y esperar a que el sol se pierda tras un bosque de eucaliptos al otro lado del pueblo y por donde se iniciará mi último tramo de camino al día siguiente.


Una vez de vuelta a la pensión salimos a cenar todos juntos, el cielo está totalmente despejado y de regreso al merecido descanso antes de emprender nuestra última y madrugadora etapa a Compostela, José Antonio nos invita a adentrarnos en un escampado fuera de la luz y claridad que las farolas de la calle dan y prácticamente a los pies del bosque nos invita a mirar al cielo y observar la belleza de las estrellas, haciéndonos ver sus conocimientos de astronomía y marcando en el oscuro abismo aquellas constelaciones y rincones del universo donde seguro que alguien nos observa y nos aguarda.

Aquella noche observé por primera vez la Osa Mayor, la Estrella Polar y la Vía Láctea.

Y también vi a un Ángel, como todas las noches.

13 de noviembre de 2010

Mi Camino de Santiago (VIII) - 30 kilómetros en 11 horas


Dicen todos los manuales y libros de información del camino que la etapa que une Palas de Rei y Arzúa se puede considerar una de las más duras que hay en el camino, es una etapa rompepiernas y así la consideraba pero teniendo en cuenta que el tiempo iba a ser agradable y que uno no tiene prisa por llegar a su destino posiblemente gracias a la previsión de haber cerrado cama en Casa Carballeira pues me la tomo con toda la calma del mundo sabiendo que este recorrido puede ponerme en mi sitio como peregrino.

Al poco de salir de Palas de Rei en dirección a Carballal y San Xulián el paisaje de las últimas aldeas lucences deja un conjunto de casas y hórreos centenarios que con las primeras luces de la mañana son imágenes difícilmente de olvidar.

Las calles mojadas de una alfombra de rocío van dando paso como casi sin esperarlo a entradas a veredas de bosques repletas de eucaliptos que dejan entrever entre sus troncos y ramas los rayos de un sol que será protagonista durante toda la etapa.

Por allí Alexis y Ana bebiendo agua y nuevo consejo.

"Antonio hay que beber agua cada hora para evitar la tendinitis, no lo olvides."

Durante la ruta de hoy atravesamos el límite entre las provincias de Lugo y La Coruña a la altura de O Coto y antes de llegar a Laboreiro preciosa aldea gallega que atravesamos por su calzada de piedra de pizarra gastada por el trasiego de peregrinos y donde una obligada parada en la Iglesia de Santa María puede servir de descanso antes de iniciar el tramo de más de cinco kilómetros que nos llevan hasta Mellide.

En ese tramo aldeas con mujeres labriegas, coladas tendidas aprovechando el sol que hoy luce, alguna pareja de la guardia civil a caballo y un hecho muy singular. De entre las múltiples frases que uno va viendo escritas en los mojones y monolitos del camino hay una que adquiere un significado especial en mi camino y que a partir de esta etapa va apareciendo cada cierto lugar con cierta insistencia.

“LAURA SIEMPRE”.

¿Casualidad?

Mellide es el punto intermedio de la etapa y capital del pulpo galego donde todos lo peregrinos suelen pararse a degustar el maravilloso pulpo que allí se sirve. En Mellide se cruzan dos caminos el Francés por el que yo discurro y el Primitivo que viene de tierras ovetenses, con lo cual esta localidad es un punto no solo de paso sino también de alojamiento entre los distintos caminantes que realizan la ruta jacobea.

Allí me paro en la pulpería más conocida, no se si la mejor, Ezequiel y entre bancos y gente me siento y comparto mesa con dos chicas gallegas, una onubense, una madrileña y otra malagueña con la que he coincidido en más de un tramo del camino, buena compañía, especialmente la malagueña, esta chica transmite algo especial.

En la mesa de al lado toda la peña de Madrid, Tomás de Badajoz, otras chicas, etc… comiendo pulpo y bebiendo ribeiro a más no poder menuda será la pasta que se van a dejar en la susodicha pulpería.

Allí estuve pues como hora y media entre chácharas y esperando a que el pulpo terminase de coger la ternura necesaria para poder degustarlo e impaciente por saber si este famoso pulpo de Mellide mejoraría a ese que probé días antes.

Y un carallo lo mejora, no estaba malo ni mucho menos, pero para nada mejora aquel manjar que probé bajo aquella carpa en Sarria.

Han pasado ya más de cinco horas desde que arranqué antes de las siete de la mañana y tras un par de botellas de ribeiro compartidas con mis compañeras de mesa decido reiniciar la marcha pero se me acerca la señora camarera de la pulpería y pensando en voz alta se dirige a la mesa diciendo:

“Pues me parece a mi que la gente de esa mesa se han ido sin pagar”

A lo que yo contesto que no puede ser que son gente con las que compartimos el camino y parecen formales y que tiene que haber un malentendido que no creo que eso haya ocurrido.

Pero la señora no muy convencida pregunta a sus compañeras de salón y allí no había cobrado ni Cristo. La mesa con no menos de tres botellas de ribeiro, alguna jarra de cerveza, latas de coca-cola y aquarius, que se vieran al menos dos o tres tablas de pulpo y allí no cobró ni el apuntador.

Pero yo en un gesto de lealtad con mis amigos peregrinos vuelvo a dar la cara por ellos y digo que debe tratarse de un error, la gallega me mira como diciendo: ¿un error?

Días después pudieron aclararme lo sucedido y es cierto… hicieron un SINPA.

Sus motivos tuvieron, como media hora pidiendo la cuenta y allí nadie se acercaba a cobrar. Pues entonces, a la de una, a la de dos y a la de tres.

Se les olvidaron unos bastones y hasta volvieron por ellos, vaya cara, ya me lo dijo mi padre: No te fíes de ningún peregrino por mucho que creas, que en el camino siempre ha habido truhanes, maleantes y pillos que comen, beben y duermen a costa de los demás y amparados en el espíritu jacobeo.

Gracias papá por el consejo pero yo hubiese hecho lo mismo, hasta volver por los bastones.

Pero no todo es pillaje y desparpajo también hay lugares antes de llegar a Mellide donde puestos ambulantes te ofrecen agua gratis o tenderetes donde puedes servirte una pieza de manzana a cambio de la voluntad si lo estimas oportuno.

La ruta sigue atravesando la villa por la plaza do Convento, sello de credencial y salida del pueblo a la altura de la Iglesia de Santa María de Mellide y allí en un intento de enfocar mi cámara de la mejor manera para sacar la instantánea del templo me caigo de espaldas en una pequeña zanja del camino que me pone de barro hasta las orejas.

Afortunadamente no me sucede nada pero sirvo de muñeco de la risa del respetable que por allí transita.

Siempre fui un poco patoso.

Camino de Boente y un poco desfallecido por los kilómetros andados y sin agua, a mi paso por Parabispo veo como dentro de una casa una señora riega sus arriates llenos de rosales y le pido el favor de dejarme pasar para beber algo. Como no podía ser de otra manera la mujer me dice que abra la cancela de su casa y pone a mi disposición la pila de agua de su patio, me refresco y lleno mi cantimplora mientras un gato es vigía de mi acto sin quitarme su felina mirada de encima. Doy las gracias a la señora y continúo en busca de la bendición del padre Andrés en la Iglesia de Santiago de Boente.

Otro recuerdo imborrable a mi llegada a Boente, allí en la iglesia que Don Andrés Guerreiro pastorea un cartel indica que en ese lugar se pone sello a la credencial y entrando por la sacristía el cura tiene un tinglado montado de manera que según la nacionalidad que seas te entrega una estampa con una oración a Santiago en tu idioma original, en la mesa junto a los montones de estampas una lata con el letrero “DONATIVOS”, raro es él que no deja algo de chatarrilla, luego el cura te invita a pasar al interior de la parroquia para darte la bendición.

Una vez dentro de la parroquia y cuando el aforo es más o menos el adecuado, el padre Andrés pasa, se coloca delante del altar, alza la mirada observando si la mayoría del respetable es de nacionalidad española o no, en mi caso solo éramos un par de españoles, saca del bolsillo de su obsoleta chaqueta una pequeña agenda y procede a dar la bendición mientras se santigua:

INDE NEIN ONDE FADER, ONDE SON, ONDE JOLI ESPIRI…

Y así con ese dialecto da una característica bendición a todos los presentes que a los dos españolitos que por allí andábamos sentados en la primera fila de la parroquia nos provoca una risa contagiosa que no podíamos aguantar conforme la bendición iba avanzando en ese ingles profundo de las montañas.

En el momento de marcharme aparecen por allí, de nuevo, Claudia y José Antonio, algo cansados y especialmente Claudia muy perjudicada con las ampollas en sus pies. Decidimos esperar y continuar juntos el resto del camino al menos hasta Ribadiso donde ellos tenían pensado pasar la noche.

Han pasado las tres de la tarde y apenas son veinte los kilómetros caminados, la cosa hoy va lenta y con calma.

A poco de llegar al albergue de Ribadiso decidimos parar en el Bar Manuel para comer algo antes de emprender el último tramo de la etapa y sentado en una mesa veo como unos amigos degustan unos gigantescos bocatas que responden al nombre de “trifásicos” compuesto por filetes de pollo, queso y bacon.

Sin mediar palabra entro en el bar y me lo pido con la mala noticia de que ya no le quedan, mi gozo en un pozo, pero cojo la carta y de todo lo posible me pido un “pepito de ternera” y claro yo esperaba un pepito que en mi tierra es un bollo de pan pequeño, pues resulta que el pepito era media barra de pan con al menos tres filetes de ternera.

Menudo pepito, menuda ternera y menudo tomate el que le puso cuando se lo pedí que hasta fue a una bolsa que había recogido minutos antes de una huerta que tienen detrás del bar.

Pues con el pepito de ternera atravesando mi cuerpo continuo hasta Arzúa parando antes por el puente medieval de Ribadiso, junto al río y el antiguo Hospital de San Antón hoy convertido en uno de los mejores albergues de todo el Camino de Santiago.

En la puerta del albergue conocemos a Tom, un señor irlandés con una pequeña mochila y una sonrisa marcada a fuego en su cara que viene desde Pamplona haciendo el camino y de nuevo la pregunta:

¿Qué mueve a un Irlandés, de Dublín, a realizar el camino?

Allí tenían pensado dormir mis amigos pero ya pasaban las cuatro y media de la tarde y el albergue estaba completo.

Claudia recoge su mochila que había enviado directamente al albergue la carga con mucha dificultad y proseguimos nuestro camino con la intención de que una vez llegados a Arzúa encontrásemos un lugar para el descanso.

En ese momento me doy cuenta de que el camino en si tiene el atractivo de empezar cada mañana sin saber donde vas a dormir y que en cualquier albergue tendrás cobijo pero este año santo es distinto, no hay sitio en ningún lugar, llevo viendo a gente dormir en el raso desde el primer día y llego a la conclusión de que dejar reservado con antelación tu cama en albergues privados o pensiones es la mejor opción para hacer un camino tranquilo, disfrutando y sin lugar a la sorpresa.

Ya en la subida a Arzúa voy observando a Claudia que con bastante dificultad apenas puede alcanzar un paso tras otro y le propongo que me ofrezca su mochila para portarla, ella en un principio no acepta mi propuesta porque sabe que mi espalda viene algo castigada de días anteriores pero ante mi insistencia provoca que ceda y yo la porte.

Aquella mochila era bastante pesada, por encima de la media que establece que no debe de pesar más del diez por ciento de tu peso corporal y era normal que ella lo estuviese pasando mal.

Mi conversación con Silvia, la chica italiana de la que hablé días atrás, hace más liviana el final de la etapa contándome lo maravilloso y auténtico que es el camino desde Roncesvalles y lo que duda en hacer una vez llegue a Santiago, si dar por terminado el camino o continuar hasta el Cabo de Finisterre y quemar allí su ropa.

Que diferencia de caminos, siendo el mismo fin pero distintas formas.

Un lento caminar nos lleva hasta la entrada de Arzúa, son cerca de las seis de la tarde y la avenida de Lugo se hace interminable después de casi treinta kilómetros y once horas de etapa.

Legamos a Casa Carballeira con la esperanza de que Lucrecia tuviese alguna habitación para José Antonio y Claudia, los presagios no eran buenos pero por esas cosas que tiene el destino quedaba una habitación disponible que horas antes había desalojado una peregrina valenciana que por motivos de salud se vio obligada a abandonar el camino.

La confirmación de la señora Lucrecia provocó la alegría y la emoción de todos, especialmente en Claudia, la más sacrificada posiblemente de esta etapa.

Hay que ser una gran mujer, hay que tener una fortaleza física y emocional muy grande y un espíritu de sacrificio brutal para sobrevivir a una etapa como esta en las condiciones físicas que mi hermana colombiana lo hizo.

Mis felicitaciones Claudia por tu demostración de valor que hago extensible para todas aquellas personas con las que me crucé en el camino y apenas podían dar un paso tras otro.

Ellos, vosotros, sois los verdaderos héroes del Camino de Santiago, a los que nos respetan las lesiones, las ampollas o los que emprendemos la ruta en condiciones físicas optimas solo somos espectadores del esfuerzo, devoción y voluntad que otros hacéis.

Me quito el sombrero ante ustedes peregrinos.

Lo que quedaba de tarde, descanso, tranquilidad, paseo por el pueblo deleitándonos con el “Asturias patria querida” acompañado de armónica que dos peregrinos cantaban en un bar junto a la parroquia mientras bebíamos una clara con limón y la extraordinaria cena que Lucrecia nos preparó a base de arroz con gambitas, sopa casera, tortillas de queso de Arzúa, y postres elaborados en la factoría del placer al paladar que es la cocina de esta extraordinaria gallega que permitió que todos pudiéramos tener un techo donde dormir aquella noche a poco más de cuarenta kilómetros para abrazar al Apóstol.

Claudia, recuerda que tenemos que vernos en Bogotá…

9 de noviembre de 2010

Una tarde en Frigiliana

Aquí, de lunes, después de tomar un café con una amiga en un día de esos que esperas que sea especial, y no por recibir una desagradable noticia tiene que dejar de serlo, y a la espera de ver a mi socio “brasileño” Rubén, al que hace más de un año que no tengo el placer de abrazar hago tiempo visualizando ofertas y ofertas de trabajo en internet para recuperar unas fotos y escribir algo de mi corta pero interesante visita de hace unos días a Frigiliana.

A veces crees que un día no te aportará nada interesante y que todo parece que no será muy diferente a lo que esperas pero en cualquier momento tu compañero o compañera de viaje se le ocurre porque no visitar algún lugar cercano a donde te encuentras del que recuerda que le han hablado bien y una tarde que no pasaría más allá de tomar un simple café en la terraza de cualquier bar puede convertirse en una agradable experiencia.

Esa es la verdadera experiencia de viajar, buscar salir de la rutina habitual que lo único que podría hacer es restar y dejar paso a la rutina agradable y satisfactoria que lo que hace es sumar.

Construir.

Eso me ocurrió hace poco más de una semana con la visita a Frigiliana, pueblo de la Axarquía malagueña que te cautiva en su casco antiguo con sus estrechas calles y su maravillosa arquitectura típica de pueblo andaluz, sus cuidados jardines y su limpieza exquisita.

Allí tuve uno de esos momentos místicos de los que tanto me gusta disfrutar en mis viajes sentado en uno de los últimos escalones de la calle de la Amargura viendo a un par de niños vender calabazas, chuches y tebeos para sacar unos centimillos y poder comprar alguna máscara para la inminente noche de haloween que llegaba.

Sentado como veinte minutos con la mejor compañía posible, recordando, sintiendo, disfrutando del lugar y el momento o imaginando entre otras cosas como será la leyenda esa de la que me hablaron entre un sacerdote y una viuda en el vecino pueblo de Maro que se conocieron una mágica noche en la Fiesta de la Castaña y quedaron tan cautivados e impresionados el uno del otro que el hábito y el luto quedaron aparcados para dar paso a una bellísima historia de amor.

Y es que ni el hábito hace al monje ni el luto a la viuda.







6 de noviembre de 2010

Mi Camino de Santiago (VII) - LLegar




Sin duda es esta etapa en la que más tarde me he levantado para iniciarla, prácticamente ningún bar de Portomarín abre antes de las siete de la mañana con lo cual eso provoca que hasta las ocho no inicie mi andar en busca de Palas de Rei.

Y a las ocho no por tomarme el desayuno con calma o porque ya a esa hora y hasta los tres primeros kilómetros lloviese sino porque en la “Cafetería Arenas” la chica que atiende se toma con bastante pasividad eso de servir desayunos. Ella dirá que los que tienen prisa por salir son otros y que si quieres esperas o si no te vas sin degustar los recién hechos y deliciosos croissants que te sirven en este bar junto a la plaza del pueblo y bajo los húmedos soportales que sirven de techo para las mochilas de los peregrinos que dentro del local cargamos pilas a base de cafés, zumos y bollería francesa.

La espera bien merece la pena, el desayuno fantástico y no exento de las primeras risas y carcajadas del día provocadas por la excéntrica camarera que en el fragor de la batalla por atender a la masa confunde agua con laura, laura con tostadas y tostadas con zumo.

¡Qué me liao!

La amable chica se trastorna un poco pero es comprensible en parte debido a que una jauría de peregrinos hambrientos quieren desayunar todos a la vez y ganar unos preciados minutos en el transcurso de la etapa.

Los primeros tramos de la etapa discurren prácticamente paralelos a la carretera LU-633, compañera de peregrinar durante muchas fases del camino, hasta llegar a Toxibo, un poco antes y a la altura de una fabrica de ladrillos donde apenas hay producción debido imagino a la crisis que soportamos, espero que pasados unos meses o años cuando vuelva a releer este capítulo nos hayamos olvidado de esta lacra social llamada crisis que tantos cadáveres está dejando a su paso y que tanto desempleo y carencia de bienestar está provocando entre todos.

Perdón por el discursito.

Volviendo a la fabrica de ladrillos, allí como sin esperarlos se me cruza por delante una ardilla que como dueña y señora de la senda la atraviesa como si tal para encaramarse en un árbol y colocarse sobre una rama para ser privilegiada observadora del caminar de tantos peregrinos que a estas alturas de camino hemos perdido la esencia de días atrás.

No voy a negar que no me causo sorpresa ver a aquella ardilla en el camino pero reconozco que mi verdadera ilusión era ver a la primera ardilla de mi vida escalar un olmo en Central Park en Nueva York.

A falta de pelas para ir a Niuyor como dice mi amigo Octavio Sáez me quedo con la escena vivida en los bosques gallegos aunque queda pendiente el viaje a Estados Unidos como ya hemos hablado compañera.

El camino empieza a llenarse y apoderarse de excursionistas, de asociaciones, clubes y grupetes de amigos que identificados con camisetas todas iguales y pañuelos de color alrededor del cuello, bordones de avellano barnizados con punta de metal y riñoneras empiezan a invadir la ruta para convertirla en lo más parecido a una procesión de Semana Santa en la que pudiéramos cambiar pañuelos por antifaces con capirotes y cirios por bastones.

Bueno yo diría que más que una procesión de Semana Santa podría ser una auténtica romería a la ermita de San Cacerolo el Casto, por no nombrar a ningún santo que al menos yo conozca y así evitar que nadie se ofenda.

Mira que si ahora Cacerolo el Casto, fue elevado a los altares y yo ni me he enterado.

Uf, pues que me perdonen sus devotos si así es.

Sigue mi camino, con escasa dificultad, hasta alcanzar la Sierra de Ligonde que sirve como bastión del Río Miño y Ulla pero antes y tras la dura subida asfaltada de Castromaior alcanzo el ecuador de mi camino en un punto que establezco entre el kilómetro setenta y ocho y ochenta, allí hago una parada para observar como durante casi dos jornadas de lluvia los prados empiezan a tornarse color verde y alcanzan el esplendor que demando durante días. Para mi, llegar la mitad de mi camino supone un momento tan significativo o más que haber llegado el día anterior al kilómetro cien.

De allí, de mi mitad, de mi cincuenta por ciento de ruta hasta llegar a Ventas de Narón donde con un fortísimo dolor de espaldas decido parar a descansar y comer algo en “Casa Molar” un tranquilo bar y albergue donde al entrar se escucha como desde la cocina alguien no para de batir huevos como si tu propia madre estuviese allí esperándote para prepararte un exquisito bocata de tortilla a la francesa con chorizo en pan de leña que devoro y sigo de otro de lomo adobado que me quitan los dolores de espalda, de pies y me dan toda la fuerza necesaria para continuar.

Con dos bocatas en el cuerpo alcanzo el Alto de Ligonde con unas vistas maravillosas y de allí una tímida bajada hasta Airexe con la obligada parada ante el Cruceiro de Lameiros, una joya de granito esculpido que representa el calvario y muerte de Jesús y la maternidad y la vida a través de su Madre.

Maravilloso enclave que muchos pasan de largo sin detenerse a observar esta incalculable obra con más de trescientos años que nace de un bloque de granito en bruto y que fue parada imprescindible para aquellos peregrinos que siglos atrás marchaban por donde hoy lo hacemos nosotros.

Poco a poco va terminando la etapa pero como nada ocurre por casualidad, camino de Airexe mientras estiramos las piernas en una muralla de piedra junto a la iglesia de Santiago veo como aparece subiendo con un andar característico y sincronizado José Antonio.

Reconozco y no oculto mi alegría por volver a ver a la persona que el día anterior tuvo ese bello gesto de cordialidad y que tras saludarnos decidimos continuar el camino juntos.

Le pregunto por Claudia y al parecer viene unos cientos de metros por detrás bastante perjudicada con ampollas en los pies y algún inicio de tendinitis.

Es curioso porque mi firme intención al iniciar la ruta jacobea era empezar y terminarla solo, para encontrar mi verdadero camino interior, a mi mismo, activar mi espiritualidad y sacar toda la bohemia y la mística que un ser humano lleva dentro pero no puedes evitar que hay gente con la que te cruzas antes o durante la ruta jacobea que te obligan a no dejar pasar la oportunidad de compartir esta experiencia de una manera única y maravillosa sin renunciar un ápice a tu objetivo primero.

José Antonio, Claudia o tú sois algunos de esos ángeles que me ayudaron a encontrar el auténtico camino, el que pocos logran alcanzar.

Unos el camino de la amistad eterna y otros el de esta bonita enfermedad que es el amor.

Así juntos continuamos varios kilómetros hasta que mi amigo madrileño decide bajar el ritmo y esperar a Claudia en un nuevo gesto de compañerismo.

Eres un crack.

Mi fuerte dolor de espalda obliga a que decida continuar hasta el final de mi etapa en Palas donde llego casi con la hora pasada de la comida. Allí tengo alojamiento en “Casa Curro” pero no puede ofrecerme mesa para comer ya que un grupo de excursionistas Segovianos han cerrado el comedor, no obstante amablemente me dice, que en el caso de no encontrar lugar donde yantar, pasadas las cuatro me sume a la comida del personal de la pensión.

Buena gente hay por Galicia, carallo…

No hizo falta ya que afortunadamente di con “A Nossa Terra” un lugar magnífico para comer donde no sirven menús de peregrinos y que tras deleitarme con una perolada de raxo (pinchitos) y la mejor empanada que probé en todo el camino apenas pagué nueve euros y comí como un señor y de premio un maxibon helado de postre.

El resto de la tarde la aprovecho para hacer la colada en el albergue público, comprar algo para cenar en el super y dar una vuelta por el pueblo esperando en el kilómetro sesenta y cinco a que el sol se ponga en el horizonte compostelano.

Mi espalda sufre y dudo si llamar a los transportistas de mochilas para que porten mi bagaje la próxima etapa. Reconozco ser enemigo de este tipo de gestiones pero llevo pensándolo un par de días.

No hubiese llamado lo tenía decidido, sin dolor no hay gloria, pero me encuentro cenando en la pensión a mis amigos Alexis y Ana que tras comentar mi situación y el dolor que padezco vuelven a darme un sabio consejo, Ana me dice:

“Antonio, el verdadero objetivo es llegar a Santiago, no importa como, con mochila o sin ella, si necesitas desprenderte de lo innecesario hazlo, no importa lo que tardes si una semana o tres años, lo verdaderamente importante es llegar en el mejor estado de salud posible pero…LLEGAR.”

Antes de subir a cenar a mi habitación llamé a “Mochila Express”, después preparé un par de sándwiches para cenar antes de meterme en el sobre.