.

2 de noviembre de 2009

"Viajar en crucero" no es "hacer un crucero"


Converso con amigos, con clientes y escucho a la gente hablar sobre lo bueno o lo menos bueno (que no lo malo) que tiene viajar en crucero.

Porque yo entiendo que no es lo mismo “hacer un crucero” que “viajar en crucero”.

Hacer un crucero, bajo mi punto de vista, es embarcarte en un buque más o menos espectacular y disfrutar de todo lo que te ofrece un barco en cuanto a diversión, gastronomía, bebida, etc., además de tener la posibilidad de conocer algún que otro lugar donde el barco atraque o fondee. Este es el concepto que muchos tienen de “hacer un crucero”, hay personas que ni siquiera bajan del barco a conocer la ciudad donde llegó, dicen que ya la conocían o que simplemente prefieren quedarse "haciendo pilates", no lograré entenderlo nunca pero lo respeto.

A mi personalmente, me gusta “viajar en crucero”, aunque no soy un experto crucerista, me gusta conocer nuevos destinos, nuevas culturas y amanecer cada día en una ciudad o continente distinto a bordo de un hotel flotante. Contemplar llegadas y salidas de puertos impresionantes, disfrutar de atardeceres en el atlántico, el caribe o el mediterráneo, aprovechar la atalaya que te ofrece la cubierta número doce de un barco para fotografiar una ciudad como probablemente no pudieras hacerlo viajando de otra manera.

Me gusta “viajar en crucero” porque de otras pocas formas se pueden recorrer más de 3000 kilómetros en una semana y conocer cuatro, cinco o seis países distintos y saltar entre dos continentes como si nada.

Es como yo entiendo “viajar en crucero”, eso es para mi lo principal “hacer un crucero” es solamente complementario.


Puesta de sol en el atlántico a estribor de un crucero

Puerto de Málaga

La costa africana desde la cubierta 12 de un crucero

¡ Gibraltar, Español !

He llegado a Gibraltar, localidad de la provincia de Cádiz, pegadita a La Línea de la Concepción y solo separada por un área de servicio, que antaño cuentan que fue frontera donde venden bocadillos y cerveza.

Atravieso un aeropuerto repleto de aviones de Iberia que hace las veces de pista de entrada a la ciudad donde habitó el dios Hércules.

Llego a la Plaza de Casemates cruzando la Puerta del Agua (que es algo así como Puerta Tierra en Cádiz pero con menos chispa) y me siento en un velador a comer una tapita de chocos fritos con una copa de manzanilla mientras hago tiempo y cargo fuerzas para dar un paseo por la Calle Main y hacer unas compritas, tabacos, licores, etc...

En mitad de la Calle Main, entre tabernas flamencas, bares de tapas y alguna que otra peña cultural veo una estatua de Carlos III, el pretendiente monarca que tras la Guerra de Sucesión mantuvo Gibraltar como territorio español sin “venderlo” a los británicos pasándose el Tratado de Utrecht por debajo de la casaca.

Y ahí, frente la estatua, la "maravillosa" Catedral Gibraltareña, desde donde cada Semana Santa hace estación de penitencia la Virgen del Peñón acompañada por los sones la banda de música de Julián Cerdán de la paisana localidad de Sanlucar de Barrameda; que bonita es la Semana Santa de Gibraltar.

Terminadas las compras y acompañado de Alberto, un amable taxista que me sirve de guía me dispongo a subir al Peñón, vigía del Estrecho, lazo de unión entre Mediterráneo y Atlántico y allí disfruto de forma “gratuita” de una visita de lo que fue antiguamente la fortaleza rocosa que nos defendió de los hostiles ataques de franceses, ingleses y otros piratas en aquellos difíciles siglos XVII y XVIII.

Subiendo, camino de las Cuevas de San Miguel, nos topamos con unos simpáticos monos que al compás de palmas te bailan bulerías mejor que Sara Baras, también gaditana como Gibraltar, más concretamente de La Isla, San Fernando. Lo único malo que tienen los macacos es que son feos pá reventar y que como te descuides te quitan la cartera y en eso si que parecen ingleses los hijos de la “Gran Bretaña”.

Allí, arriba, en uno de los miradores a las puertas de los Túneles del Asedio, contemplo la Bahía de Algeciras, los “chiringuitos playeros” de Catalan Bay preparando ya las brasitas para el pescaito a la plancha, desde lo alto del Peñón observo lo cerquita que parecen estar Europa y África, la cantidad de tráfico marítimo a la espera de atracar en puerto y también parece que están jugando en el campo de fútbol el derby local entre el Real Club Deportivo Gibraltar y la Real Balompédica Linense.

Gibraltar me ha parecido “fantástica” y muchas veces pienso que hubiese sido de esta maravillosa tierra si la corona británica se hubiese apoderado de ella, igual hubiese estado durante años separada de España por una verja que fracturaba familias a un lado y otro de la frontera, a lo mejor sería un paraíso fiscal lleno de bancos para mafiosos del negocio inmobiliario, sus calles y plazas estarían repletas de pubs ingleses con cerveza caliente, gente rancia que pasea con sandalias y calcetines blancos, bases navales donde submarinos nucleares ponen en peligro la vida y la salud de sus habitantes, creo que su aeropuerto sería solo para aviones “low cost” que minan de maleducados jubilados tiesos ingleses la costa andaluza o quizá habrían convertido el Peñón de Gibraltar en un negocio turista en el que hay que pagar decenas de libras para ver diez monos “tocapelotas”, cuatro cuevas y tres cañones sin ningún atractivo más que el de demostrar que ellos, los ingleses, dominan el paso de estrecho.

Que quede claro, señores:

¡ Gibraltar, Español ¡ y más concretamente de la provincia de Cai.

Water Gate, entrada a la zona amurallada

El Peñón de Gibraltar desde el Estrecho que lleva su nombre

Puerto de Gibraltar
Detalle de un buzón de la Royal Mail

Cathedral of St. Mary the Crowned

Libre de impuestos

Main Street

Typical english

La Línea, aeropuerto y cementerio británico desde los Túneles

Morrish Castle, vigía del Mediterraneo

Casemates Square

Los Monos de Gibraltar

Catalan Bay

Vistas de Algeciras y su bahía

Mamá mona, bebé mono y el Atlántico

St. Michael's Cave

The Pillars (Columnas de Hércules)

Macaco travieso


Lisboa, descuidada belleza

No es la primera vez que visito la capital Portuguesa, hace más de seis años que no estaba por allí y parece que el tiempo no pasa por ella.

Recuerdo que la primera vez que estuve en Lisboa, un virus estomacal no me permitió contemplarla y disfrutarla con la intensidad de esta última, cierto es que una grata compañía siempre ayuda a que entre sonrisa y sonrisa uno disfrute del lugar donde viaja de una manera bien distinta.

Otro día hablaré sobre lo importante que es ir en buena y saludable compañía de viaje, cosa que es mi caso en la mayoría de las veces.

Lisboa es una ciudad ubicada en la desembocadura del Río Tejo (Tajo para nosotros), dominada por el Puente 25 de Abril que sirve de unión entre una orilla y otra pero que bien parece cualquiera de esas ciudades europeas que miran al mar desde su transitado puerto, llegar a la Torre de Belem y admirar esa belleza estética acariciando la orilla de su río, quedarte embobado frente a la fachada del Monasterio de los Jerónimos o ver como Don Enrique el Navegante ofrece una carabela como presente a todo aquel visitante que se postra a los pies del Monumento a los Descubrimientos.

De nuevo he vuelto a atravesar la ciudad por sus venas en forma de raíles, he vuelto a montar en tranvía (sin pagar), he ido de Belem a Comercio observando como esos maravillosos edificios con tan preciosas como descuidadas fachadas van quedando a cada lado de la Línea 15.

Aparezco en la Plaza de Comercio, con la intención de contemplar una de los espacios abiertos más bonitos de Europa y me llevo el chasco de ver como una mastodóntica obra impide disfrutar de tan majestuoso lugar, allí por encima de vallas de chapas sigue divisándose a Don José I montando su caballo dando la espalda al Arco de Augusta puerta triunfal hacia la calle del mismo nombre que vértebra el centro de la ciudad lisboeta dejando sorpresas visuales en cada rúa que la cruza: Alfama, Ruinas de Carmo, Torres de Sé o el Elevador de Santa Justa, nexo de unión entre el barrio bajo y Chiado a la vez que mirador preferente del centro de Lisboa y del Castillo de San Jorge.

Augusta muere en Figueira y cerca de allí en Café Gelo en Dom Pedro y frente al Teatro Nacional aprovechamos para hacer una parada y picar unos magníficos bollos con chorizo y queso acompañados de una Sagres fresquita como le gusta a mi amigo Joaquín, yo sigo siendo de Coca Cola, que le voy a hacer.

No quiero abandonar mi crónica de mi visita a Lisboa sin dejar pasar lo maravilloso que puede ser caminar degustando un pastel de Belem por el Barrio de Alfama y dejarse llevar por un lugar que quedó anclado a mediados del siglo pasado, repleto de bares desde cuyo interior se adivinan sonidos envueltos en fados y tiendas donde el escaparatismo en acero o aluminio nunca llegó, siguen siendo de madera. Alfama, eternamente descuidado pero de indudable belleza es el fiel reflejo y significado de una ciudad que Tajo adentro ha alcanzado el siglo XXI pero que de la Rúa Alfándega y hasta el Solar do Castelo, pasando por la Sé de Lisboa sigue manteniendo la esencia cautivadora de décadas pasadas.

Puente 25 de Abril

Estación Marítima de Alcántara (Puerto de Lisboa)

La Torre de Belem

Puerta del Monasterio de los Jerónimos

Garita en Belem entrando en el Tajo

Arco de Augusta

Los Jerónimos

Monumento de los Descubrimientos

Pasarela de Belem

Elevador de Santa Justa

Vistas del Castillo de San Jorge desde Figueira

Limpiabotas

Vista desde la Rúa de Santa Justa en la Baixa Pombalina

Vistas de Alfama y el Castillo desde Carmo

Plaza de Dom Pedro IV desde el mirador del Elevador

Subiendo hacia Alfama

Barrio de Ajuda de noche con el Palacio Nacional al fondo

Sé de Lisboa (Catedral)

Tranvía sobre blanco y negro



Lanzarote, el sueño de Cesar Manrique

Siempre que uno viaja en compañía de alguien que conoce al dedillo el lugar en el que te encuentras es una ventaja, yo diría que una gran ventaja.

Mi corta visita a Lanzarote se ha caracterizado por eso.

Joaquín y María José, dos buenos amigos, que por motivos de trabajo se vieron obligados a vivir durante 8 años en la isla nos sirvieron de guía en esta frenético viaje a Lanzarote, enseñándonos unos rincones que no se alejan de mi memoria viajera y que insistentemente me obligan a pensar que volveré a Lanzarote con más tiempo y con otro plan de viaje.

Alquilamos un coche y en distintas etapas pudimos conocer maravillosos parajes, la mayoría con el paisaje volcánico como protagonista y con una integración total con la arquitectura isleña llena de simplicidad y envuelta en una limpieza digna de ser mencionada.

Cuanto debe Lanzarote a Cesar Manrique y viceversa.

Adentrarte en el Parque Nacional de Timanfaya, atravesando La Geria y Tías, para ver el rastro dejado por erupciones volcánicas milenarias que han bañado en lava seca uno de los lugares más maravillosos que he conocido en mi vida.

Ver como ese mar de lava llega hasta la costa sur donde la erosión del viento y el mar han dejado paso a lugares preciosos como El Golfo, el Lago Verde o Los Hervideros, parar a tomar algo de aire mirando hacia las Salinas de Janubio camino de Playa Blanca y allí poder contemplar con que buen gusto han sabido integrar un poblado costero en playas paradisíacas para disfrute del turista y viajero.

Sin duda son muchos lugares los que me quedaron por conocer de Lanzarote pero espero algún día volver al menos para ver La Graciosa desde el Mirador del Río.

Gracias Joaquín por enseñar tanto en tan poco tiempo.
No pasar. Timanfaya

Camel Route. Timanfaya

Parque Nacional de Timanfaya

Carretera a las Montañas de Fuego

Salinas de Janubio

El Golfo

Lago Verde o Lago de los Clicos, El Golfo

Bajo la Montaña Bermeja, Los Hervideros

Los Hervideros

Ola rota en El Golfo

Puerto de Playa Blanca

Casa en Playa Blanca

Cala Sur

Camino de Tías

Vistas de Arrecife