Tú en cuyas venas laten Alatristes
a quienes ennoblece tu cuchilla...
- Francisco de Quevedo-
Empezaba a leer este libro hace unos días cerca de la muralla de Baeza, a los pies de la Torre de Alitares mientras tomaba una copa de Ribera maridada con dos cortes de loncha de queso curado semifundido sobre una exquisita tosta de sobrasada y miel de caña.
Y no vengo a contar nada de ésta más que conocida novela de Carlota Pérez-Reverte y su padre, Arturo.
Todos sabemos algo de ella, bien por sus decenas de miles de lecturas o por su taquillera película.
Pero si me llama la atención, por supuesto, sin dejar a un lado la calidad descriptiva de su autor y la trama de la misma, las similitudes que encuentro entre aquella España del siglo diecisiete y esta que ya empieza a abrirse paso en la segunda década del veintiuno.
Felipe IV reinaba en áquel Madrid de no más de setenta mil vecinos, en una villa de vida bronca y callejuelas oscuras donde el tintineo del acero en duelos sonaba cada noche por las esquinas de la corte.
Tiempos de mostachos y perillas, de jubones, coletos y capas. Tiempos de feminas pecheras como la de "Caridad la Lebrijana" que asomaban, cual balcón a la calle para maravilla de desleales maridos, del vicio clérigo y de jovenes y fogosos adolescentes.
"Y se reía, agitando aquel pecho opulento que a mi me tenía fascinado, [...] recuerdo perfectamente la sensación que me producía el escote de Caridad la Lebrijana cuando se inclinaba a servir la mesa y la blusa insinuaba, moldeados por su propio peso, aquellos volúmenes grandes, morenos y llenos de misterio."
Tiempos de mostachos y perillas, de jubones, coletos y capas. Tiempos de feminas pecheras como la de "Caridad la Lebrijana" que asomaban, cual balcón a la calle para maravilla de desleales maridos, del vicio clérigo y de jovenes y fogosos adolescentes.
"Y se reía, agitando aquel pecho opulento que a mi me tenía fascinado, [...] recuerdo perfectamente la sensación que me producía el escote de Caridad la Lebrijana cuando se inclinaba a servir la mesa y la blusa insinuaba, moldeados por su propio peso, aquellos volúmenes grandes, morenos y llenos de misterio."
Una nación donde la honra y la desdicha peleaban entre si, una sociedad de ajuste de cuentas, de maridos cornudos y damas de baja estofa, de alegres mancebías y gallardos palacios, de mentideros del pueblo donde el fanfarroneo de los ciudadanos era escuela de generaciones sucesivas.
Ladronzuelos, hideputas, espadachines y un largo etcétera campaban a sus anchas por una España corrupta donde si te empeñabas, tu mismo podrías ser tan peligroso como cualquiera que se cruzará en tu camino, o más.
Ese pueblo donde, como en la actualidad debiese ser y no lo es, la verdadera patria de un hombre era su niñez.
La pluma debiera ser más rentable que la espada, pero el acero de la ignorancia se abría paso y mandaba sobre la sensatez y el sentido común de la palabra dejando que en el tablero de la vida, cada cual escaquea como puede.
Esa España corrupta donde todo estaba en venta poco ha cambiado tres siglos más tarde, y hoy en día, como Quevedo decía entonces: Batirse contra la estupidez, la maldad, la envidia, la superstición y la ignorancia es como decir contra España.
Hay de aquél mal llamado Siglo de Oro de sacrificio estéril, gloriosas derrotas, corrupción, picaresca, miseria y poca verguenza. De la árida razón del Estado, el egoismo, la venalidad y la incapacidad de políticos, nobles y monarcas...
Hay de aquel tiempo, de aquella España que Iñigo Balboa cuenta, cuantas y cuantas similitudes aprecio con la que ahora nos toca vivir.
¿Corrupción?, ¿picaresca?, ¿venalidad?. ¿incapacidad política?...
¿De verdad son términos que quedan tan lejos?. Yo creo que no, a mi, no se a ti que lees este humilde y sencillo blog, pero a mi me suena muy cercano y muy familiar casi cuatrocientos años después, y si algo tiene este libro es que la familia Perez-Reverte bien documentada estuvo a la hora de escribir la novela.
Decía el joven Iñigo en las gradas de San Felipe que en este país nuestro de caínes, zancadillas y envidias, la palabra ofende o mata tanto o más que la espada.
Que gran verdad.
Al menos, dentro de todo lo malo que hubo entonces, ahora hay y siempre habrá algunos soñadores como yo, ilusos por desear que este pais de ladrones, truhanes y maleantes cambie algún día y sintamos, convencidos, que el mejor camino para alcanzar nuestras metas es el esfuerzo, la ilusión indestructible y el trabajo, contra aquellos que piensan que el más rápido camino es el engaño, la letra pequeña y el atraco a mano armada.
Mientras quedemos, algunos soñaremos con la huella indeleble que dejaran hombres y mujeres a su paso por la tierra y nuestras vidas, como quedó en el recuerdo para Iñigo de Balboa la caricia de Lope, el acento andaluz de Diego de Silva, el sonido de oro de las espuelas de don Francisco al cojear o la mirada glauca y serena de su valiente capitán.
Menuda compañía tuviste aquella tarde en las gradas de San Felipe, joven Iñigo.
Lope de Vega, Velázquez, Quevedo y Alatriste, ¿se puede pedir más?.
No se puede, no se puede, pero que poco a cambiado nuestra España amigo, que poco ha cambiado...
Nota: Este artículo contiene textos del autor de la novela que aparecen resaltados en la publicación.
1 comentario:
Como siempre sin palabras. Espero que en esa Baeza del Renacimiento y escenario de algunas escenas de la Película, hayas podido acercarte a aquella época!
Un abrazo de otra soñadora...
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