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27 de octubre de 2010

Mi camino de Santiago (VI) - Nada ocurre por casualidad


“Sin dolor no hay gloria” o “el dolor es temporal, la gloria es eterna” son algunas de esas frases que cuando llegas a Santiago ves serigrafiadas en cientos de camisetas a la venta en sus tiendas de souvenirs y es verdaderamente cierto el significado tanto de la una como de la otra.

Ya van más de cuarenta kilómetros andados, más el ajetreado viaje hasta O Cebreiro y mis piernas responden a la perfección. Cero roces, cero ampollas, pero en la mañana de hoy noto como una zona de mi espalda avisa de que algo no está funcionando demasiado bien. Desde la noche anterior tengo un pinchazo que me preocupa y no esperaba nada parecido.

Mi mochila no pesa más de ocho kilos y mi manera de transportarla está siendo la adecuada pero… maldita espalda, aparecen los dolores.

Ya mi cabeza empieza a rallarse un poco con todo lo que queda por caminar, con la opción de transportar el peso con los “mochileros express” o con lo peor de todo que después de casi veinte años como costalero de la Semana Santa sevillana empiecen a aparecer las secuelas de tanto esfuerzo acumulado.

O será la edad…

Pero dejo a un lado el dolor de mi espalda, vuelvo a cargar la mochila y pongo rumbo a Portomarín a la hora justa para ver amanecer desde Barbadelo.

Subo unas callejuelas desde la Rúa San Lázaro para llegar al Convento Trinitario de la Magdalena y desde allí bajar junto a la tapia del cementerio municipal hasta llegar a las vías del ferrocarril cerca del Río Pequeño donde el graznido de los cuervos es el único sonido que me hace compañía.

Unos metros más adelante empieza un fuerte repecho que será continuado con moderación hasta llegar al prado de Barbadelo pasando antes por las aldeas de As Paredes y Viles.

La lluvia aparece y se desvanece por instantes como queriendo ser protagonista de la etapa aunque de momento no posee más que un papel secundario.

Ha pasado aproximadamente una hora desde el inicio y los primeros rayos de sol asoman a espaldas de los peregrinos que empiezan a crecer en aumento debido a que ya desde Sarria el incesante goteo de caminantes crecerá de manera considerable.

Y allí me paro durante unos minutos a observar la maravillosa vista que tiene ver nacer el nuevo día en el llano que queda entre la Iglesia de Santiago de Barbadelo y el albergue. También observo a los peregrinos que pasan por aquel entorno sin ni tan siquiera pararse para disfrutar de tan bella estampa y pienso en que mucha gente entiende el camino como una carrera para ver quien llega antes a su destino sin disfrutar de la cantidad de fotografías visuales que ofrece la ruta compostelana.

Quizás por eso yo tardaba tanto en finalizar mis etapas, por eso la media que yo tenía era de no más de cuatro kilómetros hora, pero también puedo decir y aconsejo a todo el que pretenda hacer el Camino que lo disfrute, que lo experimente y que exprima cada rincón que le ofrece porque no sabemos si volveremos a repetir esta experiencia otra vez en la vida.

Tras sentir la llegada de los primeros rayos del sol y viendo como la lluvia iba a tardar en llegar me salgo del camino unos metros para realizar algo que deseaba enormemente y que a algún experto caminante le leí tiempo atrás. Me acerqué a la Iglesia de Barbadelo y la contemplé con serenidad, con toda la paz y sensibilidad que acumulaba de días anteriores y allí me quedé durante varios minutos disfrutando de su románica estética. Este momento lo viví acompañado de una chica de aspecto anglosajón que sentada en el banco de piedra frente a la fachada de la iglesia y apoyada sobre su bastón visiblemente emocionada parecía estar viviendo con la misma emoción que yo aquel instante lleno de mística y espiritualidad.

Sincronizando nuestros movimientos nos levantamos y emprendimos de nuevo nuestro camino observando como decenas de peregrinos continuaban camino arriba ignorando que dejaban a un lado uno de los lugares más emblemáticos y maravillosos de toda la ruta jacobea y que piedra a piedra allí se mantiene desde finales del siglo doce.

Una mirada cómplice entre ambos, como orgullosos de haber sido nosotros los que vivimos aquel momento siendo testigos mutuos de nuestro deseo o nuestra plegaria. Quien sabe.

Antonio, dije yo. Elizabeth, respondió ella. Buen Camino nos deseamos…

Desde allí, y acompañado de campos de trigales convertidos a verde color gracias a la lluvia del día anterior, con un ritmo tranquilo, con la espalda dando signos claros y evidentes de que algo no funciona bien me dispongo a buscar el tan ansiado kilómetro cien del camino que aparece en mitad de una senda antes de llegar a Morgade.

Pobre mojón, desgraciado hito kilométrico, todo lleno de pintadas, de graffitis, tan cargado de piedras, de banderitas de distintos países pero que aun así simboliza y significa tanto que si un paso antes de llegar a él pisabas camino santo y no lo abandonas hasta el Obradoiro tu esfuerzo podrá ser recompensado con tu carta compostelana.

Es curioso pero me decía Silvia, una chica italiana con la que coincidiré en Arzúa días más tarde, que inició el camino a pie desde el pirineo que para aquellos que llegaron a ver el kilómetro ochocientos, setecientos, seiscientos, etc.… el echo de ver como las indicaciones pasan a ser de tres a dos dígitos significaba muchísimo para ellos y que la cuenta atrás verdadera se iniciaba en ese punto.

Silvia también me hizo saber que el verdadero camino de Santiago finalizaba en Ponferrada y que a partir de esta localidad leonesa todo era una verbena y un puro negocio sin espíritu peregrino alguno.

Demasiado extremista el comentario pero digno de analizar.

La idea que tenía era hacer el desayuno fuerte sentado frente al mítico kilómetro pero la lluvia hace acto de presencia y provoca que continúe mi camino. Un fuerte aguacero me sorprende y me obliga a parar unos cientos de metros más adelante en Morgade.

Un buen sitio para desayunar repleto de peregrinos, no cabía un alma, la barra a tope, el salón más aún y la improvisada cuadra que hacia las veces de terraza llena de fumadores.

Allí en la parte de atrás, Agustín, Tito y compañía, evidentemente no me los iba a encontrar en Barbadelo meditando.

No hay sitio, pero el buen ambiente que Enrique, un veterano peregrino con unas botas salomon con más de mil kilómetros en sus suelas, estaba creando en aquel salón provocado por la media docena de chupitos de orujo que llevaba y los bocadillos que asomaban en los platos de los presentes me obligan a quedarme en aquel lugar.

Y que verdad es esa frase tan leída por distintos rincones del Camino que dice “nada ocurre por casualidad”. Allí en una mesa casi escondida junto a unas escaleras, cuando ya parecía que abandonaba la venta y seguía mi ruta sin parar a desayunar se produce uno de los momentos más significativos de mi experiencia en el camino.

En aquella mesa estaban sentados dos peregrinos, un chico y una chica.

En esa mesa había hueco, el chico con un gesto de amabilidad me ofrece asiento y me dice que comparta mesa con ellos. Yo gentilmente accedo a su invitación y me descargo la “pesada” mochila para sentarme y reposar un poco.

Ese momento, ese preciso detalle marcará mi camino, marcará mi experiencia y provocará que el significado de la palabra generosidad adquiera su máxima expresión en sitios como el Camino de Santiago.

Él, José Antonio, de Madrid.

Ella, Claudia, de Bogotá, Colombia.

Claudia, colombiana si, desde Bogotá hasta Galicia para hacer el camino, y yo me pregunto: ¿Qué puede mover a una persona a hacer miles de kilómetros y atravesar océanos para vivir esta aventura? ¿Qué tiene el Camino?

En ese preciso instante y sin saberlo aún, porque son muchos los compañeros con los que te cruzas en el Camino, ha nacido una amistad verdadera, inquebrantable y que significará un antes y un después en el resto de la ruta y hasta el último minuto de mi vivencia Jacobea.

No obstante, termino de desayunar y me despido de ambos pensando que quizás no volvamos a vernos, pero “nada ocurre por casualidad”, ¿verdad José Antonio?

Algo más de diez kilómetros pasando por varias aldeas y esperando al tramo final de la etapa que desde Mercadoiro se convierte en un bonito descenso hasta llegar a los pies del embalse de Belesar. Desde allí las maravillosas vistas del Río Miño hacen de guardián de un Portomarín que asoma coronado por su iglesia fortaleza al otro lado de la orilla a la que habrá que cruzar atravesando el largo puente que une ambos márgenes del río para entrar en la ciudad subiendo las escalinatas del antiguo puente romano.

El cansancio es visible, la etapa ha tenido frío, calor, lluvia y sol.

Pasadas las tres de la tarde llego a mi pensión, dudo entre meterme en la cama y ver cuando despierto o ducharme y bajar a comer. Mi estómago responde a la duda.

Allí en el restaurante Portomiño me siento y escucho una voz con acento franchute que dice, ¡Antoooooonio!

Era el gran Alexis de Biarritz ya terminando una tarta de santiago de postre que compartía con Ana, me saluda y comentamos cositas de la etapa no sin antes aconsejarme que pida un plato de pimientos de Gomar, no de Padrón, de Gomar.

Y eso hice, los pimientos, un plato combinado de patatas fritas, huevos y chistorras, botella de Ribeiro y tarta casera.

Buena comida en Portomiño aunque el servicio y el trato dejaba que desear. Quiero pensar que la dueña tenía un mal día.

A todos nos puede pasar.

Del copioso almuerzo a la pitra y ya cayendo la tarde voy a ver como el sol se pone desde el restaurante O Mirador. Allí espero que se oculte el astro rey y pido una mesa para probar el delicioso lacón a la plancha que preparan por esa zona.

Esa noche comparto mesa, esa noche vuelvo paseando acompañado bajo los soportales que llevan hasta la plaza de la Iglesia de San Nicolás.

Esa noche encontré el sueño más tarde de lo aconsejado teniendo en cuenta la dura etapa del día siguiente.

Esa noche…

Nota post:

Esperaba a hoy para publicar este artículo y que sirva como regalo de cumpleaños para aquel peregrino que me ofrecio asiento en aquella venta de Morgade.

Felicidades amigo, buen camino. Nos vemos pronto...

5 comentarios:

Sender dijo...

¿Solo esa noche?
Te prometo que ardo en deseos de poder hacer el camino llevando como guia cada post que estas publicando eso porque seguro que no podre llevarte conmigo como guia.

Anónimo dijo...

Sí, ha sido un regalazo de cumpleaños, muchísimas gracias. No te puedes llegar a imaginar lo gran afortunado que me siento al formar parte de tu camino y espero que tú del mío. Muchas, muchas, muchas gracias, no pararé de dartelas, hasta mi último aliento, gracias, gracias y gracias. No sabes lo que puede llegar a significar algo, posiblemente simple para el resto del mundo, algo tan precioso como nombrarme. Nunca juro, pero esta vez lo haré porque lucharé por ello, juro que jamás olvidaré este regalo. Un fuerte, fuerte, fuerte abrazo, Jose Antonio.

Antonio L. Fernández dijo...

Las gracias a ti por ofrecerme asiento aquella mañana en Morgade...
Buen camino hermano.

JOSÉ MARÍA GARCÍA PABÓN dijo...

En primer lugar darte la enhorabuena por la web y sobre todo por el blog, que aunque tarde lo he podido descubrir. El problema es que mientras más leo y sobre todo más fotos veo más me jode no haber podido acompañarte... (JOSÉ MARÍA)

Izan dijo...

Sin tener nada que ver en estos menesteres, y a la espera de poder realizar esa gran aventura que es el camino de santiago, me siento obligado a decir que me parece preciosos este relato de una vivencia tan maravillosa, en la que parece se deja a un lado todos los problemas que llevamos cargados en nuestra mochila interior, para vivir mas intensamente y disfrutar de las experiencias y amistades encontradas.
La verdad que inspirador y alentador el saber que en la época en que vivimos, todavía existe algo que nos puede hace vivir apasionadamente en compañía de personas que no tenemos nada en común...
Muchísimas gracias José por invitarme a visitar este post, me a encantado y me a despertado mas ganas aún de realizar este viaje, no se cuando lo podré realizar, pero cuando lo haga sin duda me acordare de lo que e leido...