Casi
ocho meses hace que tengo mi entrada para ver a uno de los que, personalmente
considero un mito viviente de la música.
Considerado
por muchos el mejor guitarrista de todos los tiempos, no lo sé, pero sin duda
alguna, uno de los mejores de la historia seguro.
Puntualidad
británica en la Plaza de Toros de la Malagueta, las luces se apagan, el publico
empieza a vibrar y siete músicos, su banda, entran en el escenario. Tras ellos,
con parsimonia, paso firme y esos andares característicos, Mark Knopfler se
presenta ante miles de seguidores venidos de distintos lugares, agita su mano
izquierda, estira los dedos antes de llevarlos al traste, la mano derecha está
preparada, mirada al suelo cargada de esa timidez que durante décadas lleva por
escenarios de todo el mundo, alza un poco la vista hacia la Alcazaba malagueña
y empieza el sueño, el “Sultán del Swing” ya ha arribado en puerto…
Recuerdo
que crecí envuelto en canciones que jamás olvidaré, anoche volvió aquel niño de
apenas diez o doce años, que a escondidas de sus padres, cuando se quedaba sólo
en casa en sus horas de estudios aprovechaba para encender aquella cadena de música
Technics que aún conservo y ponía discos unos tras otros. “Making Movies”,
“Communiqué”, “Brothers in Arms” o “Alchemy”, sacaba un viejo pañuelo que ataba
a su cabeza, buscaba dentro de su armario aquella vieja raqueta de tenis de madera
y allí estaba esperando su momento.
Cinta
en la cabeza, raqueta-guitarra en mano y los primeros sones de “Money for
nothing” empezaban a recorrer mi cuerpo, el corazón latente esperando el punteo
de la guitarra de Knopfler y me dejaba llevar convirtiendo aquella pequeña
habitación con posters de mis cantantes y grupos favoritos en el mayor estadio
donde Dire Straits hubiese tocado.
Ayer
noche volví a sentir eso, esa sensación que sólo da el directo en la música, no
sin olvidar que “el abuelo”, el viejo escocés hace ya casi veinte años que se
separó del mítico grupo y una dilatada carrera en solitario provoca que muchos
de sus temas, salvo que la hayas seguido, no los conozcas, pero no por ello,
los disfrutes menos.
Sabía
que no iba a un concierto de Dire Straits, desafortunadamente muera con esa
pena, sabía perfectamente a lo que iba, a disfrutar de este mago de la música
que durante casi dos horas deleito a aquellos soñadores del pasado que allí
estábamos y que a cada acorde de las cuerdas de su guitarra nos dejábamos
llevar y embriagar por el momento vivido.
Para mi
la grandeza de este gran músico reside en que todo su talento es capaz de
depositarlo y cederlo a su guitarra. Es ese sonido característico, esa manera única
de mover sus dedos sobre las cuerdas lo que hace que escuchar su música deje en
un segundo plano su voz, también característica claro está, y sea el sonido de
la media docena de guitarras que utiliza el que sea protagonista único y canal
de encantamiento de todos los que escuchamos su música.
Pero
así pueda sacar cien discos en solitario Mark Knopfler, el espíritu y el alma
de Dire Straits estará siempre latente cada vez que salga al escenario. Su, a
veces, estrafalaria pinta con ese pelo descuidado sujeto por un pañuelo,
camisetas o chaquetas indescriptibles y pantalones ceñidos a la piel a dado
paso a un sesentón con camisa ancha, pantalones de vestir y poco pelo que
sujete pañuelo alguno.
Pero
sigue siendo el mismo genio.
Hemos
consumido la primera hora de concierto, todo quedó a oscuras, el silencio se
apoderó del coso malagueño, un piano baila con los acordes de su guitarra y su
voz rompe con un “a lovestruck romeo sing a streetsuss serenade…”
“Romeo
and Juliet” suena para mi, para nosotros y el público cae rendido a la melodía
de esta increíble canción con la que han crecido generaciones enteras para
deleite todos los mortales que allí nos entregabamos a lo que viviamos.
Pero
aún así cuando se acercaba la media noche, llegó uno los momentos más emotivos
que he vivido en un concierto en directo. “Telegraph Road” suena durante quince
minutos únicos, en el que toda la banda da lo máximo para abrir la llave a una
madrugada de corazones entregados y sueños cumplidos.
El
concierto va llegando a su final, Mark Knopfler se retira sabiendo que tendrá
que volver al escenario para poner la guinda, la que todos esperamos. No sonará
“Sultans…”, ni “Walk of life”, ni siquiera “Money fon nothing” romperá el
ambiente, no se escuchará el solo de clarinete en “Your latest trick”, nada de
esto dejara el viejo sultán pero si regala “So far away” con toda la plaza en
pie coreando la canción y despide la gala, se retira del escenario entregando a
todos los que alguna vez soñamos con estar en un concierto de Dire Straits, esa
pieza que pasará a la historia de la música como uno de los mejores temas de
siempre.
Mark
Knopfler pone rumbo a casa, dispone a todos a que no perdamos la senda de
nuestras raices, que defendamos lo nuestro por encima de todo, el coliseo
malagueño se prende de un alegato contra el poder del poderoso, la Malagueta
pasa a ser la tierra de los soñadores y de los valientes, el viejo escocés nos
invita a que seamos gente sencilla en su último tema antes de abandonar el
escenario por el tendido 5 como un auténtico maestro, Mark Knopler, la eterna
voz de Dire Straits sin ni tan siquiera cantar, sólo con los acordes de su
guitarra nos invita a que seamos o nos convirtamos en gente, en tipos geniales
y especiales como Ben en “Local Hero” .
Suena
“Going Home", escucho en directo esta melodía tocada por quien sólo puede
hacerlo igual.
Ya
puedo morir tranquilo…
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