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6 de noviembre de 2010

Mi Camino de Santiago (VII) - LLegar




Sin duda es esta etapa en la que más tarde me he levantado para iniciarla, prácticamente ningún bar de Portomarín abre antes de las siete de la mañana con lo cual eso provoca que hasta las ocho no inicie mi andar en busca de Palas de Rei.

Y a las ocho no por tomarme el desayuno con calma o porque ya a esa hora y hasta los tres primeros kilómetros lloviese sino porque en la “Cafetería Arenas” la chica que atiende se toma con bastante pasividad eso de servir desayunos. Ella dirá que los que tienen prisa por salir son otros y que si quieres esperas o si no te vas sin degustar los recién hechos y deliciosos croissants que te sirven en este bar junto a la plaza del pueblo y bajo los húmedos soportales que sirven de techo para las mochilas de los peregrinos que dentro del local cargamos pilas a base de cafés, zumos y bollería francesa.

La espera bien merece la pena, el desayuno fantástico y no exento de las primeras risas y carcajadas del día provocadas por la excéntrica camarera que en el fragor de la batalla por atender a la masa confunde agua con laura, laura con tostadas y tostadas con zumo.

¡Qué me liao!

La amable chica se trastorna un poco pero es comprensible en parte debido a que una jauría de peregrinos hambrientos quieren desayunar todos a la vez y ganar unos preciados minutos en el transcurso de la etapa.

Los primeros tramos de la etapa discurren prácticamente paralelos a la carretera LU-633, compañera de peregrinar durante muchas fases del camino, hasta llegar a Toxibo, un poco antes y a la altura de una fabrica de ladrillos donde apenas hay producción debido imagino a la crisis que soportamos, espero que pasados unos meses o años cuando vuelva a releer este capítulo nos hayamos olvidado de esta lacra social llamada crisis que tantos cadáveres está dejando a su paso y que tanto desempleo y carencia de bienestar está provocando entre todos.

Perdón por el discursito.

Volviendo a la fabrica de ladrillos, allí como sin esperarlos se me cruza por delante una ardilla que como dueña y señora de la senda la atraviesa como si tal para encaramarse en un árbol y colocarse sobre una rama para ser privilegiada observadora del caminar de tantos peregrinos que a estas alturas de camino hemos perdido la esencia de días atrás.

No voy a negar que no me causo sorpresa ver a aquella ardilla en el camino pero reconozco que mi verdadera ilusión era ver a la primera ardilla de mi vida escalar un olmo en Central Park en Nueva York.

A falta de pelas para ir a Niuyor como dice mi amigo Octavio Sáez me quedo con la escena vivida en los bosques gallegos aunque queda pendiente el viaje a Estados Unidos como ya hemos hablado compañera.

El camino empieza a llenarse y apoderarse de excursionistas, de asociaciones, clubes y grupetes de amigos que identificados con camisetas todas iguales y pañuelos de color alrededor del cuello, bordones de avellano barnizados con punta de metal y riñoneras empiezan a invadir la ruta para convertirla en lo más parecido a una procesión de Semana Santa en la que pudiéramos cambiar pañuelos por antifaces con capirotes y cirios por bastones.

Bueno yo diría que más que una procesión de Semana Santa podría ser una auténtica romería a la ermita de San Cacerolo el Casto, por no nombrar a ningún santo que al menos yo conozca y así evitar que nadie se ofenda.

Mira que si ahora Cacerolo el Casto, fue elevado a los altares y yo ni me he enterado.

Uf, pues que me perdonen sus devotos si así es.

Sigue mi camino, con escasa dificultad, hasta alcanzar la Sierra de Ligonde que sirve como bastión del Río Miño y Ulla pero antes y tras la dura subida asfaltada de Castromaior alcanzo el ecuador de mi camino en un punto que establezco entre el kilómetro setenta y ocho y ochenta, allí hago una parada para observar como durante casi dos jornadas de lluvia los prados empiezan a tornarse color verde y alcanzan el esplendor que demando durante días. Para mi, llegar la mitad de mi camino supone un momento tan significativo o más que haber llegado el día anterior al kilómetro cien.

De allí, de mi mitad, de mi cincuenta por ciento de ruta hasta llegar a Ventas de Narón donde con un fortísimo dolor de espaldas decido parar a descansar y comer algo en “Casa Molar” un tranquilo bar y albergue donde al entrar se escucha como desde la cocina alguien no para de batir huevos como si tu propia madre estuviese allí esperándote para prepararte un exquisito bocata de tortilla a la francesa con chorizo en pan de leña que devoro y sigo de otro de lomo adobado que me quitan los dolores de espalda, de pies y me dan toda la fuerza necesaria para continuar.

Con dos bocatas en el cuerpo alcanzo el Alto de Ligonde con unas vistas maravillosas y de allí una tímida bajada hasta Airexe con la obligada parada ante el Cruceiro de Lameiros, una joya de granito esculpido que representa el calvario y muerte de Jesús y la maternidad y la vida a través de su Madre.

Maravilloso enclave que muchos pasan de largo sin detenerse a observar esta incalculable obra con más de trescientos años que nace de un bloque de granito en bruto y que fue parada imprescindible para aquellos peregrinos que siglos atrás marchaban por donde hoy lo hacemos nosotros.

Poco a poco va terminando la etapa pero como nada ocurre por casualidad, camino de Airexe mientras estiramos las piernas en una muralla de piedra junto a la iglesia de Santiago veo como aparece subiendo con un andar característico y sincronizado José Antonio.

Reconozco y no oculto mi alegría por volver a ver a la persona que el día anterior tuvo ese bello gesto de cordialidad y que tras saludarnos decidimos continuar el camino juntos.

Le pregunto por Claudia y al parecer viene unos cientos de metros por detrás bastante perjudicada con ampollas en los pies y algún inicio de tendinitis.

Es curioso porque mi firme intención al iniciar la ruta jacobea era empezar y terminarla solo, para encontrar mi verdadero camino interior, a mi mismo, activar mi espiritualidad y sacar toda la bohemia y la mística que un ser humano lleva dentro pero no puedes evitar que hay gente con la que te cruzas antes o durante la ruta jacobea que te obligan a no dejar pasar la oportunidad de compartir esta experiencia de una manera única y maravillosa sin renunciar un ápice a tu objetivo primero.

José Antonio, Claudia o tú sois algunos de esos ángeles que me ayudaron a encontrar el auténtico camino, el que pocos logran alcanzar.

Unos el camino de la amistad eterna y otros el de esta bonita enfermedad que es el amor.

Así juntos continuamos varios kilómetros hasta que mi amigo madrileño decide bajar el ritmo y esperar a Claudia en un nuevo gesto de compañerismo.

Eres un crack.

Mi fuerte dolor de espalda obliga a que decida continuar hasta el final de mi etapa en Palas donde llego casi con la hora pasada de la comida. Allí tengo alojamiento en “Casa Curro” pero no puede ofrecerme mesa para comer ya que un grupo de excursionistas Segovianos han cerrado el comedor, no obstante amablemente me dice, que en el caso de no encontrar lugar donde yantar, pasadas las cuatro me sume a la comida del personal de la pensión.

Buena gente hay por Galicia, carallo…

No hizo falta ya que afortunadamente di con “A Nossa Terra” un lugar magnífico para comer donde no sirven menús de peregrinos y que tras deleitarme con una perolada de raxo (pinchitos) y la mejor empanada que probé en todo el camino apenas pagué nueve euros y comí como un señor y de premio un maxibon helado de postre.

El resto de la tarde la aprovecho para hacer la colada en el albergue público, comprar algo para cenar en el super y dar una vuelta por el pueblo esperando en el kilómetro sesenta y cinco a que el sol se ponga en el horizonte compostelano.

Mi espalda sufre y dudo si llamar a los transportistas de mochilas para que porten mi bagaje la próxima etapa. Reconozco ser enemigo de este tipo de gestiones pero llevo pensándolo un par de días.

No hubiese llamado lo tenía decidido, sin dolor no hay gloria, pero me encuentro cenando en la pensión a mis amigos Alexis y Ana que tras comentar mi situación y el dolor que padezco vuelven a darme un sabio consejo, Ana me dice:

“Antonio, el verdadero objetivo es llegar a Santiago, no importa como, con mochila o sin ella, si necesitas desprenderte de lo innecesario hazlo, no importa lo que tardes si una semana o tres años, lo verdaderamente importante es llegar en el mejor estado de salud posible pero…LLEGAR.”

Antes de subir a cenar a mi habitación llamé a “Mochila Express”, después preparé un par de sándwiches para cenar antes de meterme en el sobre.

3 comentarios:

JOSÉ MARÍA GARCÍA PABÓN dijo...

"Ayer domingo viendo Doctor Mateo me acordé de la conversación que mantuvimos mientras comíamos, ya que en el capítulo modificaban el camino de Santiago para que pasara por su pueblo y darle vida a los comercios. No se si fue como una acción más del guión o también llevaba un poco de mensaje interno ya que, viendo la cantidad de personas que lo han hecho este año xacobeo, la parte comercial del camino debe de ser impresionante como todos los lugares de visitas religiosas..."

JOSÉ MARÍA.

deseando q llegues dijo...

siempre hay q marcarse metas para llegar ya qda menos para llegar a santiago y estoy ansioso por saber el final de la historia porq todo esto es un cuento para los sentidos.
enhorabuena AL

Sender dijo...

a ver si llegas ya q estoy to enganchaooooooo