Arranco mi coche e inicio mi particular viaje a tierras gallegas con la intención de que pasados unos días pueda alcanzar la gloria compostelana y llegar a la Plaza del Obradoiro con el deber cumplido de realizar el camino de Santiago, mi Camino.
Eran dos mis ilusiones para realizar la ruta, una salir desde San Jean Pied de Port (Francia) pasando por Roncesvalles y realizar todo el camino francés o salir desde Sevilla y atravesar toda la Vía de la Plata hasta llegar a Santiago.
Pude hacerlo años atrás cuando estudiaba y disponía de todo un verano para ello, ahora, solo coger diez días ya me parece imposible y me limita para mi punto de partida.
Aún así y antes de salir me he acercado a la Catedral de Sevilla para que el primer sello que marqué mi credencial sea el de mi tierra y así simbólicamente considere que mi primera etapa empieza a los pies de la Giralda.
Y allí cerquita de la Plaza del Triunfo, busco la Puerta de Campanillas para visitar al capellán de la catedral. Amablemente me recibe en su fresquito despacho y me pregunta si salgo de Sevilla, le cuento lo anteriormente citado y me dice:
- Interesante, o sea, tu lo que quieres es llevarte la Giralda para el Camino, ¿no?
Respondí con un sí un poco dudoso porque realmente no entendí lo que quería decir pero tras pedirme la credencial y estampar el sello se volvió a dirigir a mí:
- Bueno, pues aquí llevas la Giralda.
Observé el sello y sonreí, esa rubrica con tinta color azul estampaba la silueta de la Giralda y por ello el capellán me dijo eso.
Minutos antes de salir en coche estuve a punto de chafar toda la historia ya que, intentando ayudar a una preciosa chica que bajaba cargada con mochila y maleta las empinadas escaleras de la Estación de Plaza de Armas, casi ruedo escaleras abajo en un gesto de torpeza posiblemente provocado por estar más pendiente de la llamada que atendía por el móvil que de aquella simpática joven y su pesado equipaje.
A partir de ahí un largo viaje de nueve horas hasta Santiago, apenas sin parar y escuchando toda la música posible.
Poco antes de las seis de la mañana llegué a Compostela, un par de horitas durmiendo en el coche haciendo tiempo para coger el bus que me llevaría al Puerto de Piedrafita, punto de partida real de mi Camino lindando la provincia de Lugo con la de León.
El viaje en bus, soporífero, más de tres horas con la sensación de rodear toda Galicia para hacer apenas doscientos kilómetros. Al llegar al Puerto allí mi primera gran decisión:
A O Cebreiro a patas, o en taxi.
Casualmente aparece por allí Félix, uno de los tres taxistas del pueblo que amablemente y a cambio de diez euros me convence para que no vaya andando y coja su transporte.
Le hago caso, luego me alegré bastante ya que hablando con gente que habían realizado ese tramo de subida en asfalto de más de cuatro kilómetros que ni tan siquiera pertenece al Camino me dijeron que se arrepentían de no haber subido en taxi.
El consejo de Félix me permitió llegar a tiempo a O Cebreiro para instalarme en mi hospedaje, Mesón Antón y tener tiempo suficiente para comer.
Mi primer menú peregrino, en la Venta Celta, pulpo con patatas, huevos fritos con chistorras, queso con miel de postre y la primera botella de Ribeiro del camino.
Luego ansioso vuelvo a mi pequeña habitación del Mesón Antón, escucho un canal de música tradicional gallega en la destartalada tele que me ofrece mi aposento, pienso en ti, es más te siento y me doy una merecida siesta para estirar piernas y recuperar fuerzas para el día siguiente.
A través de la minúscula ventana de mi morada, observo que el día va perdiendo luz, miró el reloj y doy un salto de la cama, han pasado las ocho y media de la tarde y no quiero perderme la espectacular puesta de sol que el alto de O Cebreiro ofrece a los peregrinos que allí se hospedan.
Tengo hambre y aprovecho para no sólo cargar con mi cámara sino también con el “tupper” de filetes empanados que mi madre había preparado hacía ya horas. Estos jugosos filetes me servirían de cena fría mientras observaba el espectáculo.
A través de pallozas y empedradas calles voy buscando la salida que deja el albergue a la derecha donde algunos peregrinos reposan sus piernas, curan sus heridas o se reúnen en torno a todas las anécdotas que han ido surgiendo durante la durísima etapa finalizada horas antes, allí continúa el camino donde la ropa lavada y tendida por los caminantes seca con los últimos rayos de sol que este maravilloso día nos deja.
Subo al cerro que deja la conocida panorámica de postal del pueblo y de momento, poco público. Igual esperaba un lleno absoluto pero sólo observo a una pareja que sentados en una mesa y bancos de piedra esperan con curiosidad el ocaso del día. Es curioso pero ya coincidí con ellos en el bus y a la hora de comer.
Parecen muy ilusionados por la experiencia que se les avecina y deduzco que su camino se inicia donde el mío. El pasa su brazo por encima de ella, ella corresponde con un gesto de acomodo y pacientes se dejan llevar por la mística del momento que viven que solo será el primero de tantos como les espera durante la ruta y de los que yo seré testigo.
Hay algo especial en esa pareja, se desprende amor…
Poco a poco va llegando gente, entre ellas un grupo de peregrinas que encabezadas por una joven monja iban entonando una dulce canción, alguna otra persona y poco más.
Una vez acoplado todo el mundo empieza a dar comienzo la puesta de sol más maravillosa que vi nunca, no se si será el lugar, lo que representa o la carga de espiritualidad e ilusión que tengo pero ver como el sol se pone en aquel paraje es sencillamente un milagro de la naturaleza donde te das cuenta de que el ser humano no es más que un simple espectador de la misma.
Durante los minutos que duró, el tiempo se paralizó, nadie hablaba, todo el mundo advertía que algo mágico estaba sucediendo y que apenas una docena de personas éramos testigos de ello.
El sol definitivamente se ocultó dejando paso a una mezcla de colores, de luces y sombras que transformaban aquel paisaje en un lienzo que ni el mismísimo Van Gohg hubiese podido plasmar, aquella acuarela sirvió para que una vez desaparecido el astro rey la monjita alzara su dulce voz al cielo para gritar:
¡Alabado sea el Señor!
Unos agradecen a Dios el milagro de ver como termina un día más, otros a la Madre Naturaleza y quizá habrá gente que ni se plantee dar gracias por ello, yo doy gracias a la vida por ofrecerme la posibilidad de compartir con ella momentos como éste, instantes que quedaran en la memoria para siempre y que difícilmente podrán borrarse de mi retina.
Ya el reloj marca que en poco más de veinte minutos serán las diez, todos vamos bajando de nuevo hacia la aldea, las flechas en el suelo siguen marcando el camino que horas más tarde emprenderé en dirección contraria, algún perro se cruza en mi camino, aquí conviven en total armonía con los gatos, comparten comida y cobijo y de fondo se escucha como los chorros de agua a presión limpian las ollas que durante todo el día han ido cociendo y cocinando tanta comida para el peregrino que llega hambriento de su etapa o viaje.
Se oye de fondo una muñeira con sonido de viejo radio transistor de aquellos que funcionaban a pilas de petaca mucho antes de que aparecieran los móviles de última generación o los eme pe tres y eme pe cuatro esos que ahora nos invaden con mejor calidad de sonido pero con muchísimo menos encanto.
Ahora va siendo hora de descansar, el día ha sido muy largo.
Hasta mañana mi amor…
3 comentarios:
Dedicate a esto poeta, JAJA.
no estaria mal que pusieras algun enlace desde el texto como por ejemplo los sitios donde duermes o comes nos servirá de ayuda a los que algun dia hagamos el camino.
gracias por ocupar tu tiempo de esta manera no pasa un dia sin echar una vista por tu blog y leer incluso articulos antiguos que ya lei hace tiempo.
Отличная статья! большое спасибо автору за интересный материал. Удачи в развитии!!! :)
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Большое спасибо Другу, приветствия.
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