Es Chaouen de ese tipo de lugares que una vez visitado situarías posiblemente y de manera clara como uno de los destinos más bonitos e interesantes que has conocido, una ciudad de una belleza sin igual, con una mezcla de colores donde predomina el azul añil con el blanco de la cal y guarda mucho parecido con rasgos de pueblos blancos gaditanos o con rincones de la alpujarra granadina.
Sus estrechas y serpenteantes calles repletas de gente y de niños se tornan en un laberinto azul y blanco que provoca que a cada golpe de vista que des encuentres algo maravilloso que observar o la fotografía perfecta y soñada.
Entrar en su medina desde la Plaza de Outa Hamman es como transportarse al estilo de vida de siglos y décadas pasadas donde la venta tradicional artesanal es habitual en cada recoveco, el olor a madera de los talleres de ebanistería, la leña ardiendo en los fogones de sus baños, el calor que sale de muchos espacios convertidos en hornos de pan y obradores, el aroma de la miel tostada para elaborar y cubrir pasteles y pastas, la fuerza de la fragancia de las acuarelas de las decenas de talleres de pintura, los curtidores dejando ese olor característico que ofrece la piel tratada o las mezclas de esencias en sus puestos de especias.
Todos estos sabores y olores en el interior de la ciudad antigua mezclados con los sonidos que dejan las risas y el corretear de los niños por sus empedradas calles o la llamada a la oración que desde los altavoces de los minaretes de sus mezquitas lanzan al cielo musulmán provoca un conjuro que al penetrar en tus sentidos sientes el hechizo cautivador que este tesoro moro transmite.
Pasear por los jardines de la Kasbah y subir a su torreón para observar la villa, tomar un té con pastas junto a la misma Alcazaba y la Gran Mezquita puede ser un momento inolvidable si tu compañía es tan sumamente especial como ha sido en mi caso que ni un fuerte chaparrón altera un ápice el encanto del momento.
Comer con tranquilidad y sosiego en Casa Hicham deleitándote de su cocina tradicional puede ser una experiencia única en un entorno creado con un estilo muy peculiar, adentrarte calles abajo y subir a la terraza de Assada para degustar su magnifico cuscús de pollo o cenar en Darcom con música de B.B. King de fondo sentado sobre cojines y con la mesa a un palmo del suelo son de esos momentos culinarios que se recuerdan por mucho tiempo.
Mi estancia en Chaouen ha sido en el Hotel Parador, estratégicamente situado frente a la medina, un cuatro estrellas venido a menos con las décadas y que con el paso de los años se le cayeron al menos dos estrellas de las que presume tener en su entrada. Lo mejor sin duda la atención del personal de su restaurante y especialmente Miki, el maitre del mismo con varios lustros a sus espaldas trabajando allí y al que agradezco enormemente el detalle que tuvo conmigo aquella noche a la hora de cenar cuando ya el restaurante estaba cerrado.
Gracias Miki, ya sabes, deja de fumar, más de cuarenta años fumando son muchos, creo que va siendo hora de coger unos kilitos que te hacen falta.
En esta, mi penúltima visita a Marruecos, no quería desaprovechar la oportunidad sin adentrarme en la cordillera Rifeña para hacer una ruta a lo auténtico y genuino visitando El Kelaa, una población a unos ocho kilómetros de Chaouen a la que llegamos caminando por Talassemtane donde nos cruzamos con multitud de lugareños camino del mercado de los lunes y pastores que llevan sus rebaños a pastar por el Rif.
Tras una parada en los graneros desde donde las vistas de la zona es inmejorable, podemos apreciar los campos de cultivo de cannabis esperando que vuelva la siembra a crecer y que un par de meses antes eran grandes extensiones de verde grifa ya recogida y que actualmente se encuentra en proceso de trato y preparación para su posterior “consumo”.
Al llegar a El Kelaa, desde lo alto de la loma que siglos atrás defendía la zona de ataques tribales, se escucha un incesante sonido de tamboreo como si de una procesión o celebración festiva se tratase, pero la curiosidad es que a medida que vas bajando a la población observas que salvo una decena de niños y mujeres allí no hay nada que celebrar pero el sonido es cada vez más intenso y cercano.
Y es cierto, no hay nada que festejar, es el sonido al golpear las telas de espuertas de mimbre con hojas de cannabis que sale del interior de las casas de adobe mientras se está extrayendo su resina para posteriormente convertirlo en “chocolate”.
Algún intento hicimos para entrar y ver en directo el trabajo pero la desconfianza creada por otros viajeros en otras ocasiones que aprovechando la hospitalidad graban de manera oculta y la ausencia de los hombres de la casa nos lo impiden mientras las mujeres más ancianas nos invitan a continuar nuestra ruta calle abajo.
Pero aún así, la insistencia de nuestro guía hace que nos reciban en la habitación de una casa para tomar un sabroso té no sin antes atravesar el patio interior de la vivienda donde un burro, una cabra y dos gallinas son nuestros anfitriones antes de que llegaran a hacernos compañía media docena de jóvenes rifeños que con toda la educación y normalidad del mundo comparten con nosotros vasos de té, pipas de kifi, algún que otro “cigarro de la risa” y conversaciones de fútbol (por cierto mucho culé en Marruecos y para mi grata sorpresa todos adoran a Fredy Kanouté) mientras ellos preparan todo el material para iniciar una cadena de elaboración totalmente sincronizada en la que uno pela la hoja de tabaco, otro la prensa, otro la mezcla con el ganjah, el del Barça la corta hasta convertirla casi en polvo y el hijo del propietario de la casa empaqueta la materia en bolsitas de plástico para “consumo propio y regalar a sus amigos”.
Sin duda uno de los momentos más especiales que he vivido como viajero.
Para la vuelta a Chaouen nos sorprende un fuerte chaparrón que provoca que abortemos la opción de volver andando con lo cual cobijados bajo el porche en obras de una casa esperamos a que transporte público pase a recogernos.
Y así fue, paramos a una Mercedes 307D alzando la mano y dando un silbido, mientras subimos por la parte trasera de la misma y compartimos el camino de vuelta con no menos de veinte personas que iban subiendo y bajando constantemente a medida que nos íbamos acercando a Chaouen. Sin duda otro momento fascinante que hubiese pasado a sublime si dentro de la furgoneta hubiesen entrado también un par de cabras o alguna gallina.
He llegado sano y salvo a Chaouen, pasan las horas, paseo por el Barrio de los Lavaderos escuchando su riachuelo bajar y quiero que la última escena que guarde en mi retina sea la caída de la tarde desde el alto de la Mezquita de Jemma Bouzafar desde donde se puede ver el laberinto de calles, el contraste de colores y la mezcla de luces y tonos que deja el sol al esconderse tras las escarpadas rocas del Rif que cobija la ciudad.
Sin duda es un regalo para la vista sentarse allí arriba en compañía de alguna pareja de novios del lugar que apenas pueden cruzar sus miradas ni estrechar sus manos por respeto a sus costumbres y observar como poco a poco va iluminándose Chaouen al tiempo que oyes como la llamada a la oración desde la Gran Mezquita es un reguero de pólvora que corre de minarete en minarete por toda la comarca dejando un eco característico que provoca que la fonoteca que posees en tu memoria se enriquezca de manera única.
Será mi última fotografía visual de Chaouen antes de bajar por la parte alta de la medina ya con la luna creciente como testigo y reconozco que cada vez que visito Marruecos más me atrae y más me motiva la posibilidad de volver a este país tan desconocido para tantos a la vez que carente de interés para muchos cuya ignorancia y prejuicios le impedirán disfrutar de la mundología de un país sencillamente extraordinario.
No hubiese sido este viaje el mismo sin la ayuda y los sabios consejos por adelantado de mi amigo Jesús Botaro, gran persona, magnífico fotógrafo y un auténtico enamorado de Chefchaouen que sirve como el mejor embajador de esta tierra aun habiendo nacido al otro lado del estrecho.
Ya sabes Botaro, tuve la grata fortuna de conocer la ciudad y su entorno en compañía de tu “hermano” Mohamed que me sirvió de cicerone y amigo durante mi estancia mostrándome su ciudad, su tierra, y su gente con todo el cariño y sabiduría que posee.
Gracias Jesús, gracias Mohamed, gracias amigos, gracias hermanos.
Y por supuesto gracias a tí por seguir mis pasos, por compartir otra experiencia de viajar junto a este humilde y pobre aventurero.
Gracias por ser...
3 comentarios:
Qué bonito Chaouen!!, nos encantó...
Gracias a tí, me alegro que disfrutaras en Chaouen.
Seguro que ya tienes un poco de su magia.
gracias a ti ya seguro hemos ganado otro embajador de chaoen en la otra antes la gente decia andalucia es el paraiso perdido parece que el paraiso lo tenemos y a nosotros no nos da cuenta
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