Me he tragado un nuevo
libro. De esos que algunos llaman de autoayuda y cuantos más libros
de estos leo más me doy cuenta de que menos ayuda necesito porque
poco me enganchan a la historia salvo frases lapidarias o capítulos
interesantes que aporten algo a tu día a día.
No obstante, “El
monje que vendió su ferrari” de Robin Sharma lo que me ha aportado
principalmente es la similitud que a veces logras encontrar con estos
personajes pseudo-ficticios que dando un giro radical a su vida
logran ganar la batalla de su Yo interior y de alguna manera muestran
a aquellos que lo leen o leemos, que siguiendo algunas pautas básicas
de cómo debemos vivir, nuestra vida puede ser mucho más plena e
interesante con nosotros mismos y con quienes nos rodean.
Esta fábula cuenta
la historia de un rico y ambicioso abogado que tras sufrir un infarto
durante un juicio y estar a punto de la muerte decide cambiar de
vida, abandonar sus vicios, sus lujos, su extenuada vida laboral y su
envidiada forma de vivir para trasladarse al Tibet junto a los Sabios
de Sivana, convertirse en monje y volver un día para transmitir su
sabiduría, serenidad, sencillez y armonía a uno de sus antiguos
pupilos del bufete de abogados y en consecuencia a la vida que
actualmente tiene.
Trece capítulos que
permiten obtener una visión de que debemos hacer para ser mejores
con nosotros mismos y con todo aquello que tenemos cerca.
Un libro cargado de
citas interesantes y que tras terminar de leer su última página me
prometí que fuese el último de estas características salvo una
deuda que tengo con otro texto que comentaré en otro momento.
Sharma habla en el libro
de dominar la mente, de marcar tu propósito en la vida, de vivir con
disciplina, de servir desinteresadamente a los otros, de abrazar el
presente y de la “más preciada mercancía” que tiene un ser
humano.
El tiempo.