A esos amigos y amigas que esperan en el andén de una estación a que pare su tren, cuando a veces, si fuera necesario, hay que subirse en marcha.
Me desprendo del reloj y lo apoyo en la barra, me sirven un café caliente cuando sólo quedan 15 minutos para partir. Otra vez de nuevo aquí, en el apeadero de San Bernardo, otra vez de camino.
Es un corto pero intenso viaje.
Apenas dos horas y media desde Sevilla a Málaga, en un media distancia de Renfe que adapta su estructura al estrecho viario que la campiña hispalense cede entre sus verdes, húmedos y soleados campos.
Sevilla
se va alejando por su abandonada periferia dejando el olor y el sabor a tierra mojada
que la lluvia de la madrugada anterior le regaló.
Somos
pocos pasajeros los que compartimos vagón, casi todos se han ido bajando en los
apeaderos de Dos Hermanas, Marchena u Osuna.
El
tren acaba de salir de la estación de Pedrera y se han bajado los únicos
pasajeros que quedaban en el coche 1. Unos con equipaje y otros con bolsas de
haber realizado compras en la capital. Una bella joven recién apeada del vagón
se lanza a los brazos de un chico que la espera en el casi desierto andén que
sirve de reposo para mi tren.
Hace
tiempo que no se ven, seguro. La intensidad del beso y el abrazo los delata, el
olvido y abandono del equipaje de ella a un lado como si no importase lo que
transporta es el testigo de esa muestra de amor y pasión.
¿Hace
tiempo? quizás sólo hace horas que no se ven, pero para ellos es toda una vida,
o al menos, lo parece.
Eso
suele ocurrirle a la gente que ama. Un segundo pasado sin la presencia del ser
querido puede parecer toda una vida, puede, a veces, ser hasta insoportable
pero el mágico reencuentro recompensa todo el tiempo transcurrido.
Atrás
he dejado 22 horas intensas llenas de amor, amistad, hermandad y de encuentros
con aquellos que me vieron crecer en mi barrio, en mi ciudad, con aquellos con
los que he crecido hasta casi ser lo que soy y que compartimos la sana pasión
de ser amigos cofrades y yo diría que casi hermanos.
La
práctica soledad de este vagón número 1, asiento 31V (siempre ventanilla y
sentido de la marcha) me obliga a pensar en todo aquello que abandoné hace casi
tres años, familia, amigos, aficiones, costumbres y hábitos a los que no puedo
renunciar porque el vínculo que me une a ello para ser indestructible.
Y
anoche, después de tomar el dulce veneno de un maravilloso ensayo del paso de
misterio de mi hermandad me perdí en los rincones de la amistad con mi amigo.
No
pasa por su mejor momento, esta vida, que tanto quita, le ha jugado una mala
pasada. Pero esta vida que tanto ofrece le guarda un futuro lleno de emociones
y una nueva etapa cargada de ilusión y optimismo.
Nos
dedicamos o le dediqué el tiempo necesario, hablando de un presente intenso y
de un futuro prometedor y esperanzador donde ninguna traba puede parar y hacer
que un hombre tropiece si no quiere, confiando en que tiempos mejores siempre
llegan y aconsejando que no podemos dejar un sólo segundo para el lamento
mientras la felicidad y la alegría te están esperando a la vuelta de la
esquina.
Sabes
que estoy aquí amigo, no necesitas verme, no necesitas tocarme.
Sólo
tienes que sentirme.
El
tren empieza a moverse y en poco más de una hora me encuentro con todo aquello
que soñé tantas veces y con todo eso que vivo lleno de felicidad y gratitud día
a día.
En
apenas una hora cuelgo un hábito y descuelgo otro.
La
locomotora sigue avanzando en busca de mi destino.
Por
oeste el sol empieza a querer ocultarse dejando un paisaje de luz y color
reflejado en la Laguna de Fuente de Piedra, los flamencos ya se han marchado en
busca de sustento camino de Doñana en un largo viaje de ida y vuelta que sólo
ellos tienen el privilegio de disfrutar desde un cielo que adormece buscando el
final del día.
Por
el este, el día oscurece y una luna casi llena se posa sobre el celaje cobrizo
que la Sierra de las Nieves muestra, salpicado por nubes que amenazan leve
llovizna.
El
tren ha llegado a la mítica estación de Bobadilla. A mi derecha el día muere, a
mi izquierda la noche nace.
Es
maravilloso y relajante viajar en tren. El sonido del vaivén de la maquina
sobre la vía, la fotografía permanente que te ofrece la ventana como si de un
documental paisajístico se tratase.
Solo
falta el olor, el hermetismo del vagón no te deja sentir el aroma del campo, no
te deja sentir a que sabe esta brisa o la intensa humedad y sopor de los
túneles de El Chorro.
Pero
tengo memoria olfativa y yo me encargo de perfumar mi viaje porque pude sentir
en aquellos destartalados trenes de hace décadas lo que ahora no te permiten
las modernas maquinas del nuevo milenio.
Experimenté
viajar creo que en casi todos los medios de transporte y ninguno supera al tren.
El
tren es historia, es relajante, es serenidad y es, sobre todo, romántico y
melancólico a la vez.
Viajar
en tren es como la vida misma.
Tienes
un punto de partida y uno de destino. El de partida es tu pasado, el trayecto
tu presente y el destino tu futuro, tu meta, tu sueño. Pero el tren realiza
varias paradas, en bellas y maravillosas estaciones y en horrorosas y
descuidadas, en apeaderos indiferentes que no te aportan nada o en apeaderos mágicos
y únicos para el pasajero que te marcarán para todo tu viaje, el tren se va
desprendiendo de viajeros, de equipaje como si de amigos y pertenencias
materiales se tratase.
Pero
el tren sigue su camino, la maquina no para de vivir.
El
tren puede ver la brillante luz del día y de momento la oscura intensidad de un
túnel, como la propia vida que en momentos de plenitud personal, sin esperarlo,
te da un zarpazo que no esperas llenando tu paleta de colores de grises y
negros. Pero en la vida, como en el trayecto de un tren, siempre hay luz al
final de ese túnel y siempre si avanzas hacia la luz, abandonando la oscuridad
y la sombra sales de él.
Siempre.
Viajar
en tren es como la vida misma, sólo tienes que subirte a él, sin miedos ni
temores teniendo claro cual es tu meta, tu sueño y tu destino.
El
tren no espera, es puntual y te subas o no, parte.
Perdemos
muchos trenes en la vida, no debemos arrepentirnos de ello porque fue nuestra
decisión, pero algunos de esos trenes nunca vuelven a pasar ni a parar a los pies del
andén donde cada día estamos esperando.
Nunca.
El
tren al que decidí subirme hace años está estacionado delante tuya, corre y
compra tu billete, ¿a qué esperas? Acompáñame amigo no te arrepentirás del
viaje, te lo aseguro.
Es el
viaje de vivir.
19:55
horas.
Mi
tren llega a su destino, como siempre, como había soñado hace apenas dos horas
y media.
Me
encanta viajar, me encanta vivir.
6 comentarios:
En un dia frio y gris como el de hoy, donde la nostalgia me sacude y mi tren parece que se ha parado, leer algo asi me deja sin palabras. Sobre todo me hace pensar, a mi una enamorada del tren como medio magico de union entre dos puntos que tantas veces me ha echo feliz, gracias amigo por compartir este viaje.
Me dejas sin palabras, una publicación excelente, pero q difícil es coger ese tren a veces.............
Gracias por compartir este GRAN consejo en forma de historia. Un abrazo y recuerda, yo lo recuerdo..... MAKTUB
simplemente genial...
Solo puedo decirte: GRACIAS
Una gran aportación que he compartido en linkedin. Yo siempre he vivido y seguiré viviendo ese momento. Una chica del norte que tiene que trabajar en Madrid y que tiene una parte de su vida en Sevilla con su novio y su familia. Desde hace 7 años conozco lo que es el AVE y lo que suponen mis viajes entre Madrid y Sevilla o a la inversa y lo que representan en mi vida. Una gran aportación...
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