.

28 de febrero de 2013

El tren y la vida


A esos amigos y amigas que esperan en el andén de una estación a que pare su tren, cuando a veces, si fuera necesario, hay que subirse en marcha.


Me desprendo del reloj y lo apoyo en la barra, me sirven un café caliente cuando sólo quedan 15 minutos para partir. Otra vez de nuevo aquí, en el apeadero de San Bernardo, otra vez de camino.

Es un corto pero intenso viaje.

Apenas dos horas y media desde Sevilla a Málaga, en un media distancia de Renfe que adapta su estructura al estrecho viario que la campiña hispalense cede entre sus verdes, húmedos y soleados campos.
Sevilla se va alejando por su abandonada periferia dejando el olor y el sabor a tierra mojada que la lluvia de la madrugada anterior le regaló.
Somos pocos pasajeros los que compartimos vagón, casi todos se han ido bajando en los apeaderos de Dos Hermanas, Marchena u Osuna.
El tren acaba de salir de la estación de Pedrera y se han bajado los únicos pasajeros que quedaban en el coche 1. Unos con equipaje y otros con bolsas de haber realizado compras en la capital. Una bella joven recién apeada del vagón se lanza a los brazos de un chico que la espera en el casi desierto andén que sirve de reposo para mi tren.
Hace tiempo que no se ven, seguro. La intensidad del beso y el abrazo los delata, el olvido y abandono del equipaje de ella a un lado como si no importase lo que transporta es el testigo de esa muestra de amor y pasión.
¿Hace tiempo? quizás sólo hace horas que no se ven, pero para ellos es toda una vida, o al menos, lo parece.
Eso suele ocurrirle a la gente que ama. Un segundo pasado sin la presencia del ser querido puede parecer toda una vida, puede, a veces, ser hasta insoportable pero el mágico reencuentro recompensa todo el tiempo transcurrido.



Atrás he dejado 22 horas intensas llenas de amor, amistad, hermandad y de encuentros con aquellos que me vieron crecer en mi barrio, en mi ciudad, con aquellos con los que he crecido hasta casi ser lo que soy y que compartimos la sana pasión de ser amigos cofrades y yo diría que casi hermanos.
La práctica soledad de este vagón número 1, asiento 31V (siempre ventanilla y sentido de la marcha) me obliga a pensar en todo aquello que abandoné hace casi tres años, familia, amigos, aficiones, costumbres y hábitos a los que no puedo renunciar porque el vínculo que me une a ello para ser indestructible.
Y anoche, después de tomar el dulce veneno de un maravilloso ensayo del paso de misterio de mi hermandad me perdí en los rincones de la amistad con mi amigo.
No pasa por su mejor momento, esta vida, que tanto quita, le ha jugado una mala pasada. Pero esta vida que tanto ofrece le guarda un futuro lleno de emociones y una nueva etapa cargada de ilusión y optimismo.
Nos dedicamos o le dediqué el tiempo necesario, hablando de un presente intenso y de un futuro prometedor y esperanzador donde ninguna traba puede parar y hacer que un hombre tropiece si no quiere, confiando en que tiempos mejores siempre llegan y aconsejando que no podemos dejar un sólo segundo para el lamento mientras la felicidad y la alegría te están esperando a la vuelta de la esquina.
Sabes que estoy aquí amigo, no necesitas verme, no necesitas tocarme.
Sólo tienes que sentirme.
El tren empieza a moverse y en poco más de una hora me encuentro con todo aquello que soñé tantas veces y con todo eso que vivo lleno de felicidad y gratitud día a día.
En apenas una hora cuelgo un hábito y descuelgo otro.
La locomotora sigue avanzando en busca de mi destino.
Por oeste el sol empieza a querer ocultarse dejando un paisaje de luz y color reflejado en la Laguna de Fuente de Piedra, los flamencos ya se han marchado en busca de sustento camino de Doñana en un largo viaje de ida y vuelta que sólo ellos tienen el privilegio de disfrutar desde un cielo que adormece buscando el final del día.
Por el este, el día oscurece y una luna casi llena se posa sobre el celaje cobrizo que la Sierra de las Nieves muestra, salpicado por nubes que amenazan leve llovizna.
El tren ha llegado a la mítica estación de Bobadilla. A mi derecha el día muere, a mi izquierda la noche nace.
Es maravilloso y relajante viajar en tren. El sonido del vaivén de la maquina sobre la vía, la fotografía permanente que te ofrece la ventana como si de un documental paisajístico se tratase.
Solo falta el olor, el hermetismo del vagón no te deja sentir el aroma del campo, no te deja sentir a que sabe esta brisa o la intensa humedad y sopor de los túneles de El Chorro.
Pero tengo memoria olfativa y yo me encargo de perfumar mi viaje porque pude sentir en aquellos destartalados trenes de hace décadas lo que ahora no te permiten las modernas maquinas del nuevo milenio.
Experimenté viajar creo que en casi todos los medios de transporte y ninguno supera al tren.
El tren es historia, es relajante, es serenidad y es, sobre todo, romántico y melancólico a la vez.

Viajar en tren es como la vida misma.
Tienes un punto de partida y uno de destino. El de partida es tu pasado, el trayecto tu presente y el destino tu futuro, tu meta, tu sueño. Pero el tren realiza varias paradas, en bellas y maravillosas estaciones y en horrorosas y descuidadas, en apeaderos indiferentes que no te aportan nada o en apeaderos mágicos y únicos para el pasajero que te marcarán para todo tu viaje, el tren se va desprendiendo de viajeros, de equipaje como si de amigos y pertenencias materiales se tratase.
Pero el tren sigue su camino, la maquina no para de vivir.
El tren puede ver la brillante luz del día y de momento la oscura intensidad de un túnel, como la propia vida que en momentos de plenitud personal, sin esperarlo, te da un zarpazo que no esperas llenando tu paleta de colores de grises y negros. Pero en la vida, como en el trayecto de un tren, siempre hay luz al final de ese túnel y siempre si avanzas hacia la luz, abandonando la oscuridad y la sombra sales de él.
Siempre.
Viajar en tren es como la vida misma, sólo tienes que subirte a él, sin miedos ni temores teniendo claro cual es tu meta, tu sueño y tu destino.
El tren no espera, es puntual y te subas o no, parte.
Perdemos muchos trenes en la vida, no debemos arrepentirnos de ello porque fue nuestra decisión, pero algunos de esos trenes nunca vuelven a pasar ni a parar a los pies del andén donde cada día estamos esperando.
Nunca.
El tren al que decidí subirme hace años está estacionado delante tuya, corre y compra tu billete, ¿a qué esperas? Acompáñame amigo no te arrepentirás del viaje, te lo aseguro.
Es el viaje de vivir.
19:55 horas.
Mi tren llega a su destino, como siempre, como había soñado hace apenas dos horas y media.
Me encanta viajar, me encanta vivir.

6 comentarios:

Virgy VSC dijo...

En un dia frio y gris como el de hoy, donde la nostalgia me sacude y mi tren parece que se ha parado, leer algo asi me deja sin palabras. Sobre todo me hace pensar, a mi una enamorada del tren como medio magico de union entre dos puntos que tantas veces me ha echo feliz, gracias amigo por compartir este viaje.

Mari Luz Maldonado Arevalo dijo...

Me dejas sin palabras, una publicación excelente, pero q difícil es coger ese tren a veces.............

Manuel Nuñez Curciel dijo...

Gracias por compartir este GRAN consejo en forma de historia. Un abrazo y recuerda, yo lo recuerdo..... MAKTUB

Virginia Fuentes dijo...

simplemente genial...

Virgy VSC dijo...

Solo puedo decirte: GRACIAS

bavaria dijo...

Una gran aportación que he compartido en linkedin. Yo siempre he vivido y seguiré viviendo ese momento. Una chica del norte que tiene que trabajar en Madrid y que tiene una parte de su vida en Sevilla con su novio y su familia. Desde hace 7 años conozco lo que es el AVE y lo que suponen mis viajes entre Madrid y Sevilla o a la inversa y lo que representan en mi vida. Una gran aportación...