.

26 de noviembre de 2010

Mi Camino de Santiago (IX) - Por Amor



Tras la durísima etapa del día anterior y la próxima que salvo sorpresa será la última de mi camino, se encuentra este tramo de algo menos de veinte kilómetros que hay entre Palas de Rei y Arzúa.

Pero hay dos factores o dos motivos que hacen de esta jornada algo especial. Después de haber sufrido calor, frío, lluvia, algo de viento y alguna inclemencia más, faltaba que apareciera en mi camino la niebla.

Ese el primer factor el otro algo que pude leer casi al final de mi etapa en A Brea.

Andaba deseoso de poder amanecer una mañana y que la tan conocida y tupida niebla gallega apareciese ante mis ojos sin poder ver más allá que unos metros entre mi cuerpo y mi senda.

Y así fue, aquella mañana que salí un poco más tarde de lo habitual me encuentro que desde la salida de Palas por Rúa do Carmen la niebla será la capa de rocío que me sirva de manto durante las primeras horas de camino.

Antes de partir puedo tomarme el primer zumo de naranja natural de todo mi camino en el Bar Ameixa, lugar muy recomendado para desayunar donde si te apetecen unos churros con azúcar allí que te los preparan.

Entre sendas repletas de eucaliptos discurren los primeros metros de la etapa y la niebla empieza a difuminarse dejando paso a unos tímidos rayos de sol que desvanecen la bruma dejándola posarse sobre las hojas y alambradas del camino ya en forma de gotas de rocío a las que le quedan pocos minutos andes de caer sobre la calada vereda.

La etapa parece de trazado cómodo pero las piernas empiezan a pasar factura, atravieso las aldeas de A Peroxa y Taberna Vella antes de llegar a Calzada donde hago la primera parada no para un desayuno fuerte sino para comprar algo de frutos secos y unos “Muesly” que debo de reconocer que son una delicatessen para el paladar, un poco caros, pero bien merece la pena de vez en cuando poder probarlos.


Muchas curiosidades durante la jornada.

La primera de ellas, la impresión que me dio ver a dos parejas que hacían el camino portando como mochila a dos bebés en sus espaldas, a los que imagino que eran sus padres se les veía superorgullosos de aquello que hacían y me llama la atención que hay parejas en nuestra vida cotidiana que dicen que durante los primeros años de vida de sus hijos no van de viajes con sus bebes o que consideran que no es recomendable porque son muy pequeños, porque si esto, porque si lo otro…

Anda ya, uno se lleva a sus bebés donde quieran y si es a eso a lo que los acostumbras pues eso que se llevan. Imagina lo que tiene que ser para uno cuando pasen los años y veas tu credencial sellada cuando apenas tenías uno o dos años.

Que pasada, y mis padres me llevaban un domingo al campo y yo me creía Tom Sawyer.

Es curioso también como aparecen ante mi los primeros y únicos “perrogrinos” que veo durante la ruta y recuerdo la definición que el Padre Augusto dio en Triacastela sobre ellos.

Llamativa estampa, pareja cuarentona, perro sobre un carrito parecido al de un bebé y el chucho era el auténtico Príncipe del Camino. Vamos, que observo la escenita y cuando al can se le apetece beber allá que lo bajan del carro, le sacan una palanganilla de esas, le abren una botella de agua mineral y allí se pone el “mono” a beber agüita como si fuera la mismísima Lassie.

Yo nunca tuve un perro, con alguno me cruce en mi vida, de raza humana hablo, pero no se yo si lo vivido con mis compañeros “perrogrinos” esta más cerca del ridículo o de la naturalidad.

En cualquier caso, vayan mis disculpas por adelantado aunque, manda cojones…

Durante la ruta, ya se sabe, gente andando, en bici, portando bebés, con perritos pero aún faltaban las apariencias estelares de los equinos.


Y esta etapa por fin veo a un grupo de caballistas que haciendo el camino se van cruzando con el resto del respetable y si ya de por sí estas últimas jornadas parecían una romería de gente pues ahí que trotan un grupo de romeros de la Hermandad del Rocío de Fuengirola que medalla en cuello y pose airosa le dan el toque que la ruta necesitaba.

Por un momento aquello parecía que en cualquier momento me cruzaría con la correspondiente carreta del Simpecado como si en la mismísima Raya Real estuviera.

No obstante, es muy bonita la estampa de los caballistas por la Ruta Jacobea, con el altivo trote de unos bellísimos caballos y el respeto que hacia los que íbamos andando procesaban.

Pero me quedo con aquel hombre que poco antes de llegar a Salceda, se cruza en dirección contraria tirando de un burro cargado hasta las manillas al que pregunto que si va de vuelta y me contesta que está haciendo el camino como antaño. Llegó desde Roncesvalles a Santiago en burro y se vuelve por el mismo camino.

Hombre y burro, burro y hombre.

Y es que este tipo de situaciones, esta manera que cada uno tiene de entender y de hacer su camino es lo que hacen de esta experiencia que sea única e irrepetible en este planeta.

Unos metros antes de cruzarme a hombre y burro, paro ante el sencillo monumento y homenaje que el camino le rinde a Guillermo Watt, peregrino de sesenta y nueve años que un caluroso día de agosto de mil novecientos noventa y tres, en aquel mismo lugar falleció, a escasos treinta kilómetros del final de su camino. Una réplica de las zapatillas que portaba en el momento de desplomarse en el suelo sirven de objeto de culto en el improvisado altar donde flores, estampas, notas y objetos personales van dejando los peregrinos a su paso.

La gloria eterna, mi más sentido pésame y homenaje a los que dejaron su vida en esta aventura y de los que me acordaré cuando pise suelo y mire cielo en la Plaza del Obradoiro.


Comentaba al principio del capítulo que eran dos factores, dos motivos los que habían convertido esta etapa que parecía poco atractiva en algo singular.

Uno la aparición de la niebla y el otro se da a mi paso por el punto de información al peregrino de O Pino en la aldea de A Brea.


Allí entro a sellar mi credencial y casualmente veo a aquella pareja que días atrás habían sido protagonistas de algunas anécdotas durante el camino y que son compañeros de peregrinar desde el primer día. Están anotando algo sobre un libro de registro de peregrinos en el que escribes tu fecha de paso, lugar de procedencia y el motivo de tu camino.

Él anota antes que ella, se despiden dando “buen camino” y me acerco a rubricar el libro.


Echo un vistazo al tomo, muchas las procedencias, ciudades de todo el mundo, y diversos los motivos que plasman los peregrinos: religiosos, deporte, turismo, vacaciones, peregrinación, etc…

Pero me llama la atención que el registro anterior al mío, el que había rellenado aquella chica decía textualmente en el apartado de “motivo de la peregrinación”:


POR AMOR

Yo me quedé perplejo, tiré algunas hojas hacia atrás para ver si aparte de los motivos anteriormente citados había algo parecido y lo normal era leer razones como: promesa, devoción, fe, etc, pero nadie, absolutamente nadie había escrito el motivo que aquella joven plasmó en aquel libro.


Y todo fundamento es valido y respetable como causa para realizar el Camino de Santiago pero hacerlo por amor me parece de una belleza, una sensibilidad y una categoría humana que pocas personas habrán tenido durante la ruta jacobea.

Ahora después de leer tu razón, el motivo que te empujó a iniciar el camino en compañía de tan afortunado hombre entiendo y encuentro explicación a las miradas, la complicidad, la luz de tu cara, los gestos de cariño y tantos momentos de ternura de los que he sido espectador durante mi camino, vuestro camino.


Con la sensibilidad a flor de piel continúo mi derrotero camino de Arcas por la travesía que conduce a Rabiña donde las casas de piedra y pizarra lucen engalanadas de hortensias dando un colorido especial a esta parte del camino.

Antes de llegar a Pedrouzo parada obligada en la Fuente y Capilla de Santa Irene antes de iniciar los últimos tres kilómetros hasta la Pension Arcas donde nos espera Manuel para entregarnos las llaves de mi habitación ya habilitada con dos camas más para mis compañeros Claudia y José Antonio con los que coincido a la altura de A Rúa desde donde finalizamos la etapa juntos.


Una ducha y camino de la Parrillada Regueiro para degustar una exquisita fabada y raxo fileteado con patatas fritas. Después de vuelta a la pensión para descansar algo.

Al caer la tarde salgo en solitario a dar una vuelta para estampar el sello en mi credencial en la humilde Iglesia de Santa Eulalia y desde allí pasear hasta sentarme en el café Rúa Nova, junto a la Pensión Maruja y esperar a que el sol se pierda tras un bosque de eucaliptos al otro lado del pueblo y por donde se iniciará mi último tramo de camino al día siguiente.


Una vez de vuelta a la pensión salimos a cenar todos juntos, el cielo está totalmente despejado y de regreso al merecido descanso antes de emprender nuestra última y madrugadora etapa a Compostela, José Antonio nos invita a adentrarnos en un escampado fuera de la luz y claridad que las farolas de la calle dan y prácticamente a los pies del bosque nos invita a mirar al cielo y observar la belleza de las estrellas, haciéndonos ver sus conocimientos de astronomía y marcando en el oscuro abismo aquellas constelaciones y rincones del universo donde seguro que alguien nos observa y nos aguarda.

Aquella noche observé por primera vez la Osa Mayor, la Estrella Polar y la Vía Láctea.

Y también vi a un Ángel, como todas las noches.

3 comentarios:

Sender dijo...

Increibles las anecdotas sucedidas e increible ver como alguien puede iniciar esta bella aventura unica y exclusivamente por amor. Hay personas q por amor son capaces de todo en esta vida y tu sabes de eso bastante compañero.
Un abrazo se te echa de menos.

Anónimo dijo...

Kiyo vas a tardar mas en llegar a Santiago q el q salio de roncesvalles.JAJAJAJA Para cuando ese final tan esperado?????

Anónimo dijo...

chapó, chapó, chapó. pronto acabará esta aventura, ¿cuando empezará la siguiente?. esto engancha más que cualquier saga.