Seis de la mañana, toca diana y tras unos minutos de preparativos me dispongo a abandonar Casa Simón escuchando a mis pasos el crujir de la madera que sirve de solería de toda la casa, bajo los escalones que desde la primera planta hay hasta el zaguán de la puerta donde una luz tenue ilumina un antiguo mueble que soporta unas guías de viaje, un tarjetero y una cabina de teléfono de monedas.
Pongo pies en la plaza para dirigirme a desayunar pero antes ando unos diez metros hacia mi izquierda para contemplar la torre de la Iglesia de Santiago rodeada por su cementerio y desde el cancel de afuera hago un cómplice guiño de despedida al Padre Augusto deseando que volvamos a vernos.
El tiempo ha cambiado, hace algo de frío y se presagia que la lluvia aparecerá en algún momento de la etapa.
Una vez llegado al final del pueblo donde prosigue el camino dejo la alternativa de iniciar la ruta por Samos a la izquierda y emprendo la ruta en dirección a San Xil, son algunos menos kilómetros, la etapa es más bonita y amena por este sentido y permitirá que conozca Samos de una manera muy particular horas más tarde.
Muy pocos peregrinos atraviesan la carretera, es aún muy temprano y no se atisbará luz del día hasta al menos una hora y media más tarde.
El envolvente sonido que deja el río Sarria, la brisa que mueve las ramas de la arboleda con los primeros cantos de pájaros y el rítmico golpeteo que los bastones de los caminantes dan en la pista de asfalto que lleva hasta A Balsa es la compañía sonora perfecta para deleitarse en este primer tramo hasta llegar a la Fonte dos Lameiros donde ya la luz del día es palpable y permite el reflejo de su gigantesca concha en el agua de la misma. Allí aprovecho para beber el primer trago antes de llegar a San Xil.
A partir de aquí una de las más bonitas etapas de todo mi camino a su paso por las aldeas de Furela o Fontearcuda, los primeros campos de trigales, el cruzarte con alguna experimentada mujer que vara en mano guía su pequeña cuota de ganado por las empedradas sendas antes de llegar a Montán o la vistosidad de los paisajes desde el Alto de Riocabo donde conocí a dos maravillosas personas, Alexis y Ana, una pareja de franceses de Biarritz de apariencia mayor, no menos de sesenta y cinco le echo a cada uno pero con una vitalidad y energía envidiable para aquellos que creemos que estamos en forma. Ya me quisiera ver yo a esa edad con el ritmo que mis amigos gabachos marcaban y haciendo el camino completo desde Roncesvalles (en tres fases durante dos años). No sería la primera vez que coincido con ambos y en cada una de ellas un sabio consejo, en este caso, gentilmente me ofrecen almendras y “uvas secas” como llamaba Alexis a las pasas y me habla de la importancia de alimentarse a base de frutos secos durante el camino debido a su valor energético y vitamínico.
Estratégicamente situado en el kilómetro ciento veinte, antes de llegar a Furela, se presenta Casa Franco un lugar extraordinario para hacer una parada y comer un bocadillo de jamón o de tortilla con tomate mientras estiro las piernas antes de continuar con el descenso hasta Sarria.
Allí vuelvo a encontrarme con la pareja de días anteriores, a ella se le ve algo cansada, reposa sus piernas sobre una silla y bebe una lata de aquarius mientras él le masajea e hidrata los pies parece ser que con vaselina.
Increíble tratamiento el de la vaselina en los pies, que gracias a la experiencia vivida el año anterior en el camino por mi amiga Mercedes ya sabía de su existencia y fue casi lo primero que cargué en mi equipaje. También, curiosamente, muchos peregrinos me dijeron que utilizaban “Vicks Vaporub” como alternativa para evitar el roce en los pies. Lo que está claro es que si no quieres pasarlo mal durante la ruta y que las ampollas no aparezcan o al menos se lo piensen en aparecer es fundamental o una cosa o la otra y si la acompañas de masajes con alcohol de romero mejor que mejor.
Durante todo la ruta Jacobea vas fijándote en distintas personas que de alguna manera pasan a formar parte de tu experiencia, El abuelo y el nieto, Alexis y Ana, la chica coreana, etc., con algunos intimas más, con otros apenas cruzas una palabra, la pareja de la que anteriormente hablaba transmite algo especial, una energía muy positiva, a veces la veré a ella caminando sola, otras veces será a él al que lo vea cargado con su mochila en solitario pero siempre hay un punto en el que vuelven a coincidir y tienen un gesto de cariño mutuo. Ella siempre marca un ritmo muy dinámico, lento y constante que provoca que prácticamente coincidamos en muchos lugares del camino y a él en más de una ocasión lo veré sentado frente a un páramo observando como pastan las vacas o deleitándose viendo amanecer en cualquiera de las etapas, es más a veces y no se porque motivo lo veo incluso en dirección contraria a Santiago.
Un amplio grupo de peregrinos tras el avituallamiento salimos prácticamente juntos en dirección a Furela, en este caso ando como unos treinta metros por detrás de ellos y observo como se detienen en mitad de una vereda, el lanza un tímido beso y le dice algo al oído.
No pierdo detalle de la escena, mi caminar hace que la distancia que mantengo con ellos se aproxime hasta el punto que prácticamente a escasos metros de mí él agarra la mano de su compañera y se adentran por el prado que queda a nuestra derecha hasta ocultarse tras un pequeño bosque de castaños en el que los veo desaparecer…
Nada de particular, pero la curiosidad me invade y paro unos cien metros más adelante a esperar y ver que ocurre, y espero, y no aparecen, y no salen de aquella tupida mancha de cortados trigales, parece como si aquel bosque de castaños se hubiese convertido en testigo de algo o sencillamente los hubiera absorbido.
Algo especial ocurrió en aquel punto del camino, algo de lo que fui testigo indirecto como de tantas escenas vividas, algo que seguro quedará en la memoria de sus protagonistas para siempre.
Yo prosigo mi camino hasta Sarria donde nada más entrar aparece la lluvia por primera vez poco antes de llegar a mi albergue y es el momento en el que entiendo el verdadero significado del refrán que dice “a quien madruga Dios le ayuda” porque de haber salido media hora más tarde al inicio de la etapa hubiese cogido una mojada sencillamente espectacular.
El día parece que quedara cubierto por la lluvia, esa “chuvisca galega” que no cae a chaparrones pero cala y moja como el mayor de los diluvios.
Llego a las puertas del Albergue San Lázaro a solicitar mi cama para descansar donde me atiende amablemente Marisa, su propietaria, una excelente y atenta persona que se encarga de todo lo que necesites haciendo suya tu inquietud o necesidad.
Le pregunto que me apetecería mucho comer en algún sitio especial fuera de lo habitual del menú peregrino a diez euros y me recomienda que visite una feria del pulpo que está establecida casualmente ese día en el mirador de Sarria junto a la Magdalena y bendita sea tu recomendación Marisa porque gracias a ti y tu sabio consejo probé en aquella pulpería ambulante el mejor “pulpo a feira” que mi paladar haya deleitado jamás.
Bajo unas carpas portátiles, varios despachos, señoras preparan el bicho en ollas de cobre, yo sentado en una bancada de madera con la mesa a juego, con media barra de pan, una servilleta, un vaso, una tabla de pulpo con sus palillos de madera estocando los tentáculos del octópodo y con el sonido de la lluvia como orquesta golpeando la lona a ritmo de muñeira me sentí como en el mejor restaurante del planeta. A veces no es necesario reservar mesa en El Bulli para uno sentirse un privilegiado del placer de compartir y disfrutar mesa y mantel.
De entre varias de las gestiones que Marisa me agenció una de ellas fue localizarme a Manuel para ir a visitar Samos y su monasterio.
Y a las cuatro y cuarto de la tarde, como un reloj apareció por la feria del pulpo Manuel con su taxi para recogerme y trasladarme hasta la localidad vecina.
Es Manuel un tipo muy peculiar, de esos que han ido marcando mi camino, un galán maduro, filósofo vocacional, con muchas tablas en la vida y con una conversación permanente en la que no dejan de aparecer sus virtudes como conquistador de féminas, anécdotas de su experiencia por Alemania o un conocimiento absoluto del Camino de Santiago, es más, ha sido a la única persona a la que oí decir que a partir de la subida a O Cebreiro debería de estar prohibido cargar con mochilas ya que ha conocido en su taxi más de un abandono y traslado al aeropuerto de Santiago de algún peregrino que llegando a Sarria se vio obligado a abortar la ruta a causa de las lesiones y tendinitis provocadas por ese tramo de etapas que finaliza o comienza en O Cebreiro días antes.
Manuel me deja en la misma puerta del Monasterio de Samos donde a las cinco de la tarde tengo pensado realizar la visita guiada del edificio. Allí nos recibe al grupo de peregrinos el Padre Agustín, un simpático monje con más de sesenta años de vida monacal y que convierte los minutos de espera antes de la visita en un constante ir y venir de chascarrillos para agrado de los presentes.
Y la visita pues como todas, guía oficial de manual, la vida y obra de San Benito y un agradable paseo por las dependencias de la abadía que bien merecen la pena a cambio de tres euros la entrada.
Aunque para mi la belleza de este edificio no está intramuros, aún teniendo en cuenta que el claustro de Feijoo, su parroquia, la botica, etc… son dignos de admiración. Al menos yo de lo me quedé fascinado es de su exterior, de su enclave dentro de un entorno maravilloso, rodeado por el río Sarria que sirve de hábitat para decenas de gansos y peces o de la majestuosidad del edificio desde la perspectiva que te ofrece un pequeño mirador pegado a pie de carretera.
La gran mayoría de peregrinos llegan a Sarria por la ruta vía San Xil pero considero que es imprescindible visitar Samos aunque sea de la forma y manera que yo lo hice ya que el tramo que hay desde allí a Sarria andando puede convertirse en eterno prácticamente pegado durante kilómetros al arcén de la carretera comarcal.
A la salida del monasterio me esperaba Manuel con su taxi para iniciar el camino de vuelta a Sarria pero antes se digno a invitarme a un delicioso café en la Taberna Abadía donde fui testigo de una simpatiquísima conversación entre castellano y galego donde él hablaba constantemente con otra compañera del gremio mientras Mariano, propietario del negocio, hacía de moderador y aclarador de todo hacia mi persona.
Tras el debate tabernero emprendimos el regreso hasta el albergue, no sin antes ofrecer su amistad eterna y su casa para la próxima vez que visitemos su ciudad.
Gran personaje Manuel, buen tipo y lo mejor de todo es que se pegó toda la tarde conmigo a cambio de poco más de veinte euros que probablemente fue los que se gastó en el bar de Samos entre las rondas que invitó y el tiempo que estuvo esperando.
El resto de la tarde aproveché que las piernas aún me funcionaban para visitar Sarria, atravesar la Rúa Mayor repleta de albergues y peregrinos en chanclas, comprobar el trasiego de esta localidad debido a que es prácticamente el inicio de muchos caminantes por su situación a poco más de cien kilómetros de Santiago lo que te permite poder obtener la compostela que certifica tu peregrinación, visitar la Parroquia de Santa Mariña, el Salvador y comprar algo en el super para la cena en el salón del albergue.
La noche me sorprende, son casi quince horas las que hace que me levanté, hoy no ha habido siesta, Samos lo merecía, y aprovecho para instalarme en una mesita del albergue para comer un par de sándwiches con un refresco mientras veo el telediario y empiezo a tomar parte de la conversación que un grupo de peregrinos tienen comentando sus primeras impresiones acerca de la ruta.
Parecen gente guay, dos chicas comiendo en una mesa, tres colegas de Madrid que ya sabían de que iba esto de la ruta jacobea, un tío grande y fuerte con voz grave con su pareja que parecen también madrileños y un extremeño que había empezado solo el camino somos los invitados a aquel improvisado banquete que cada uno preparaba a su gusto y manera.
Es la primera vez que coincido con ellos, no será la última, pero quitando aquel momento de tertulia en el albergue antes de ir a la cama, nunca coincidí con ellos en ninguna parroquia, ni en ninguna misa, que casualidad.
Eso sí, no pasaba por una taberna que no estuvieran por allí sentados Tito, Pablo, Agustín, Javi, Tomás y compañía…