Decido pensar en voz alta y alguien del grupo de amigos que hemos compartido yantar dice:
- ¿Que tal si vamos a Monsaraz?
- ¿Monsaraz? bueno vale, pero espero que merezca la pena la visita porque la verdad que lo que se me apetece es una buena siesta.
- Conociéndote seguro que te encantará, dice mi amiga.
Salimos de tierras oliventinas buscando el margen del Guadiana, lo atravesamos cual frontera fluvial con el Alentejo portugués y a poco menos de setenta kilómetros allí, sobre un promontorio se eleva esa joya lusa rodeada de su muralla en la que se atizba un preciado tesoro en su interior.
Desde los pies de la muralla me dispongo a subir, paso lento, no salgo de mi asombro, la curiosidad por conocer el interior del recinto medieval amurallado me puede.
Atravieso el arco de la Porta da Vila y entro en otro mundo, en una ciudad anclada en el pasado, ahora me satisface haber llegado aquí y no haberme quedado en mi hotel.
Recorro la villa a través de sus cruces de calles empedradas, observo a sus habitantes y ellos me devuelven la mirada complice de quien sabe que habita en un lugar maravilloso, misterioso.
Veo a una pareja de ancianos ayudados por su bastón caminando...
Y entre casa y casa encalada, entre balcón y balcón florido, entre tantas iglesias para tan poca feligresía, al fondo la Torre del Homenaje, cual sacada de una diminuta Alhambra y desde la que se aprecia como el patio de armas que la levanta es un coso taurino petreo y de una belleza singular.
Plazas de toros hay muchas y singulares, muchas me han impresionado por salir de su canón taurino: Ronda, Nimes, Villaluenga del Rosario, etc… pero debo reconocer que alquella arena me dejó fascinado y boquiabierto.
Empieza a caer la tarde y vuelvo a cruzar el empedrado de vuelta, y poco antes de llegar a la Plaza Vieja de nuevo observo a aquella pareja de abuelos que una hora atrás dejé paseando.
Cincuenta años
Ahora descansan en un banco de piedra que sale de la blanca pared, me acerco a ellos y en mi dialecto extremeño-portugués los saludo, y le pregunto al señor:
- ¿Qué tal?, ¿tudo bem?.
- Bem amigo.
- ¿E la senhora?.
- Bem tambien.
- ¿Muitos anhos juntos?.
- Quase cincuenta. (Casi cincuenta)
- E o segredo... (Y el secreto..)
- Olhar juntos a cada entardecer em Monsaraz. (Contemplar juntos cada atardecer en Monsaraz.)
Sobraban mas palabras, solo sentí las necesidad de contemplar lo que mi amigo el anciano me dijo.
Crucé la fortaleza de este a oeste y me senté en una maravillosa terraza desde la que se observaba la magnifica vista de aquella tierra alentejana y esperé con una copa en mi mesa y mi camara de fotos preparada a que el sol se pusiera dejando paso al eterno secreto que alimenta la longevidad del amor de aquella pareja de abuelos.
Y vi, disfruté y capté la puesta de sol de Monsaraz e intenté impregnar mi corazón de aquella fuerza cincuentenaria, secreto de aquella pareja.
Desde aquella atalaya medieval quedé impresionado del atardecer más maravilloso que haya visto jamás.
Yo al día siguiente no vi atardecer en Monsaraz, ni al otro, ni al otro...
3 comentarios:
Buenas fotos tito y tu esta claro que no viste la puesta de sol esa de monsaraz, jajaja.
A ver si nos vemos se te echa en falta y ya veo por ahí que estas muy bien.
Preciosa metafora compañero, lastima que solo pudieses ver un solo dia esa puesta de sol, aunque imagino que una sola tarde puede hacer que se pare el tiempo, ya que estos son los recuerdos que no se pierden, no se olvidan y a los que recurrimos cuando la vida nos da con todas sus fuerzas pero que aguantaremos simplemente por ver otro atardecer.
Un saludo
Gracias por tu comentario Jose Luis.
Es verdad, no solo un atardecer puede hacer que se pare el tiempo sino que una sola mirada tambien puede provocar lo mismo y tu lo has podido comprobar recientemente.
Tu has visto cuando a mi se me para el tiempo...andabas un poco perdido pero pudiera esta historia tener a los protagonistas que tu imaginabas.
Un abrazo amigo y gracias por todo.
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