Acabamos de hacer la ofrenda de alimentos a las Hermanas de la Cruz.
Es un sencillo y simple gesto de caridad que comparado con
todo lo que ellas hacen por tanta gente necesitada apenas tiene valor.
Sólo cada dos de marzo, cuando se conmemora el fallecimiento
de Sor Ángela se puede tener el privilegio de visitar el interior del convento
y la habitación donde murió la Santa.
Pero este domingo, 25 de noviembre, nos tenía deparada una
sorpresa que ninguno de los presentes esperábamos.
En un radiante patio sevillano, rodeado de arcos de
mediopunto posados sobre columnas, balcones y ventanas hacia el interior
encalado, arriates repletos de palmas y helechos, por donde no paran de
aparecer monjas que con sus sencillos hábitos transitan a nuestro alrededor sin
hacer el más mínimo ruido, aparecen y desaparecen como ángeles mientras
esperamos a que la Hermana Luisa se acerque a nosotros.
Y allí, con toda la calma y serenidad que un lugar así transmite
la Hermana Luisa se acerca para
otorgarnos la dicha de mostrarnos y llevarnos hasta la habitación donde Santa
Ángela murió dejando el legado que hoy sigue viviendo.
Atravieso una puerta que da a un ancho pasillo, a la derecha
se entreabre la hoja de otra puerta más ancha que deja ver parte de la capilla
anexa. A la izquierda una decena de bancos de madera enumerados y una escalera
que sube.
El suelo impoluto, limpio como una patena, refleja la figura
de monjas que se cruzan ante nosotros. Los escalones que suben hasta el
venerado aposento, desgastados por las pisadas diarias y el paso de los años.
En el descansillo de la escalera un sencillo cartel
enmarcado dice: CLAUSURA.
Hemos llegado a la antesala de la habitación, una replica de
la Virgen de la Esperanza Macarena hace las veces de protectora del lugar.
El silencio suena, puede oírse el silencio en este bello
lugar sólo interrumpido por los tímidos pasos de alguna hermana que cruza el
pasillo o por el sonido de algún campanario cercano al convento.
La Hermana Luisa, abre una habitación con dos puertas y nos
invita a pasar.
Es aquí, en este modesto lugar donde yació una Santa, pero
una santa contemporánea de la que sabemos cosas porque nuestros abuelos la
conocieron y supieron de sus milagros en vida.
Y no hablo de sanaciones que también las hubo, hablo del
milagro de la caridad, del milagro de obtener alimentos para los más
necesitados cuando apenas había ni para comer en aquella Sevilla de la segunda
mitad del siglo 19 y principios del 20.
La hermana Luisa nos cuenta la vida y obra de Sor Ángela,
envolviendo la historia en un manto de pureza, de humildad, fé y amor hacia los
demás que provoca la emoción de todos los que allí escuchamos atentamente.
Habla del legado y testamento que dejó a la Compañía de la
Cruz, del inmenso amor que la ciudad procesa a la fundadora de la congregación
y cuenta a modo de anécdotas milagros que la vida puso en su camino.
Porqué hay mayor milagro que después de repartir todo el
alimento que tenía para los pobres y necesitados un día. Llegada la noche y sin
tener nada que llevarse al estómago, ni ella, ni sus hermanas. Cuando el
hambriento ahora eran ellas, su fé y su confianza hacen que suene la campanilla
de la puerta del convento y tras abrirla, un saco de pan aparece calmando su hambre
y otorgando el alimento a aquellos que el día siguiente necesitarán de esas
hogazas.
Para mi éstos son los verdaderos milagros.
La habitación está repleta de objetos y reliquias de Santa
Ángela y el espacio preferente lo ocupa la pequeña estructura de madera que
sirvió de cama para el descanso eterno de Madre Angelita sirviendo de cabecero
de la misma la lápida que sepultó su cuerpo.
Todo lo contado se hace interesante, el tiempo, los minutos
pasan y podría estar escuchando historias todo el día, Hay que estar en ese
lugar, respirar y palpar lo que esas paredes transmiten para entender ciertas
cosas que contadas o escritas es casi imposible imaginar.
Boquiabiertos, emocionados, impactados y agradecidos por el
momento vivido nos disponemos a abandonar el convento. El aroma del otoño
hispalense se respira de nuevo en el patio y un olor a sabroso caldo de puchero
cocinado con todo el amor y la caridad del mundo se cuela por alguna ventana
hasta el patio.
Hoy volverán a comer muchos pobres gracias a ellas.
Todos hemos dejado en este lugar un deseo, una oración y un
trocito de nuestro corazón haciendo nuestro el testamento de Santa Ángela
basado en los pilares de que toda su riqueza era su FE y su CONFIANZA.
Fé y Confianza, solo eso le valía y era su mayor tesoro.
Me quedo con este tesoro, lo hago tuyo y lo llevo hasta el
mismo paraíso.
¡Gracias, Madre, por dejarnos tanto bien que no nos lo podrá
quitar “ni el ladrón, ni la polilla”!
Esta es una forma, con esta frase, las Hermanas agradecen el
legado de su Madre pero hay otra que a mi me parte el corazón y que por muchas
veces que lo vea y lo escuche no deja de emocionarme.
Corría una brillante mañana de Domingo de Resurrección en
Sevilla. El paso de Cristo del Señor Resucitado viene por la antigua calle
Alcázares hasta revirar ante la puerta del Convento de Santa Ángela.
Allí se produce, al menos para mí, uno de los momentos más
bellos, sino el que más de toda la historia de la Semana Santa de Sevilla, al
menos del que haya quedado testimonio visual.
El difunto, Manolo Santiago, uno de mis maestros y capataz
hace que todos los allí presentes parezcan estar en las mismas puertas del
cielo.
El define a las Hermanitas de la Cruz de la mejor forma
posible y crea un momento inolvidable para la memoria. No quiero ser yo quien
diga nada ya lo dijo él aquella mañana ante decenas de hermanas y novicias con
el Señor de la Resurrección frente a ellas y en la mismísima puerta del
Convento donde yace Santa Ángela de la Cruz.
Dijo el maestro:
Benditas sean ustedes Palomas del Señor.
Benditas sean ustedes Madres de los Pobres.
Benditas sean ustedes Palomas Reinas del Cielo y de la
Tierra,
escogidas de Dios para ser caridad por el pueblo que las
necesita.
Sean ustedes benditas...
Un momento después y tras embriagarnos del rezo en forma de
canto angelical de las hermanitas, Manolo Santiago se dirige a su cuadrilla, a
sus costaleros, diciendo:
Esta levantá se la pido yo a ustedes por estas Santas
Mujeres.
Benditas manos y benditos corazones los de ellas
que dan su vida por los que no tienen nada, por los que lo
necesitan todo…
Poco más que decir, no seré yo quien ponga una palabra ni
sume una sola letra a lo que dijo el maestro.
Salgo del Convento, camino a casa de vuelta donde mi madre y
mi familia me esperan.
Antes, convencido de lo que la fé, la confianza y las ganas
de vivir y soñar son capaces de hacer en un ser humano, devuelvo el milagroso
pañuelo de mi otra Madre a quien lo guarda.
Siempre habrá alguien que lo necesite más que nosotros ahora…
***
El relato ha concluido pero no quiero dejar de compartir contigo, que te tomas la molestia de leer mi blog, la escena que antes comentaba donde Manolo Santiago y las Hermanas de la Cruz son protagonistas. Independientemente de que creas o no en Dios, que seas o no cristinao, si este video no te llega al corazón y al alma, si no te emociona es que, sencillamente, el alma la has olvidado en algún sitio.
3 comentarios:
Es muy bonita las dos partes de este relato, ver como la fe y la confianza traspasan barreras, como Sor Ángela y todos sus feligreses siguen su mismo camino, por ayudar al prójimo, por despertar la confianza, las ganas de vivir, de soñar, "eso amigo es mágico" dar sin pedir nada a cambio. Te felicito!
Perfecto hermano, gracias a Dios tenemos como titular a Santa Ángela y cada vez, cada año, cada peregrinación sirvan para acercarnos mas a ella. Y no se si te diste cuenta, pero una de las cosas que nos acerca mas a ella, se se puede, es que su congregación como tal fue aprobada el dos de Agosto, que es el día de la Reina de los Ángeles.
Un fuerte abrazo.
Precioso este relato, una vez más enhorabuena Antonio.
Un abrazo.
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