Y sobre todo el regalo que nos tenía preparado Carlos Núñez con la Sinfónica de Galicia en la misma Plaza del Obradoiro.
Aquella noche en el corazón de la ciudad se vivió uno de esos conciertos que quedan para la historia de la música y es que pudimos ser testigos de cómo el Maestro Núñez nos deleitaba durante más de dos horas con su repertorio de música tradicional gallega de raíces celtas bajo el amparo de la catedral compostelana mientras observábamos como el día moría dando paso a la noche en el mismo corazón de la villa.
Gran regalo para los peregrinos que llegamos aquel día y que nos dejo un maravilloso sabor de boca poniendo el broche de oro a aquella jornada en que llegamos a Santiago.
Esos dos días en Santiago me sirvieron para gestionar la burocracia del camino, o sea, solicitar la Compostela, asistir el domingo a la misa del peregrino, cruzar la Puerta Santa al ser año Santo Compostelano y subir al camarín donde se ubica el Apóstol y abrazarlo agradeciendo lo vivido y pidiendo aquello de lo que hoy disfruto.
“Gracias Santi” como diría Claudia.
También pudimos disfrutar de una mariscada en toda regla en un restaurante de Rúa do Vilar, de un delicioso café en la terraza del Bar Fonseca o de algún que otro capricho en forma de pastel por esas confiterías que quitan el hipo con solo ver sus escaparates.
Saltamos a la comba, jugamos al diábolo o a la rana en el parque de la alameda, besamos a “Las Marías”, abrazamos corazones y sentí el pellizco al despedirme de Claudia y José Antonio.
Nunca olvidaré la cara de Claudia girada en el asiento de atrás de aquel taxi agradeciendo con su mirada todo lo vivido.
Recuerdo como la relajación era total, como mi cara, nuestras caras transmitían serenidad, tranquilidad y felicidad por lo logrado.
La horas pasan muy rápido en la ciudad compostelana.
Siempre hay algo que hacer pero me quedo con la noche, cuando ya todo el bullicio de la ciudad se ha desvanecido, cuando por las calles solo deambulamos cuatro románticos bohemios y alguna pandilla de jóvenes universitarios o peregrinos con ganas de fiestecilla.
Pasear por la noche en Santiago es una experiencia sin igual, lo que durante el día es un hervidero, por la noche es la más absoluta calma.
La ciudad descansa, la ciudad dormita y espera a que al día siguiente todo vuelva a ser igual que la jornada que muere.
Mientras tanto, nosotros volvemos camino de nuestro alojamiento en busca de descanso, agarrados, parando cada no más de diez metros para mirarnos el uno al otro y desear que todo sea así para siempre.
Una caricia, un tímido beso y otros veinte pasos, así hasta llegar hasta la Plaza del Obradoiro donde queda solo la secuela del concierto del día anterior y de fondo una maravillosa voz entona las últimas letras de una melódica canción.
Una pareja sentada en el suelo, se levanta y se marcha.
Nosotros llegamos frente a este joven del que hemos quedado cautivados por su voz.
De aspecto desaliñado, melenudo, de barba larga, como salido del profundo Londres de los setenta, una guitarra entre sus manos, la caja a sus pies con algunas monedas y afinando las cuerdas de su destartalado instrumento.
Me acerco, echo un par de euros y me distancio de él como unos cinco metros.
Agradece mi gesto, yo me siento en el suelo junto a ti, apoyado en la pared frente a él.
Echo mi brazo sobre tus hombros, aparto el cabello de tu cara, te miro, te beso suavemente y aquel joven artista empieza a tocar y cantar para nosotros el legendario “Something” de los Beatles…
No hay comentarios:
Publicar un comentario