Dicen todos los manuales y libros de información del camino que la etapa que une Palas de Rei y Arzúa se puede considerar una de las más duras que hay en el camino, es una etapa rompepiernas y así la consideraba pero teniendo en cuenta que el tiempo iba a ser agradable y que uno no tiene prisa por llegar a su destino posiblemente gracias a la previsión de haber cerrado cama en Casa Carballeira pues me la tomo con toda la calma del mundo sabiendo que este recorrido puede ponerme en mi sitio como peregrino.
Al poco de salir de Palas de Rei en dirección a Carballal y San Xulián el paisaje de las últimas aldeas lucences deja un conjunto de casas y hórreos centenarios que con las primeras luces de la mañana son imágenes difícilmente de olvidar.
Las calles mojadas de una alfombra de rocío van dando paso como casi sin esperarlo a entradas a veredas de bosques repletas de eucaliptos que dejan entrever entre sus troncos y ramas los rayos de un sol que será protagonista durante toda la etapa.
Por allí Alexis y Ana bebiendo agua y nuevo consejo.
"Antonio hay que beber agua cada hora para evitar la tendinitis, no lo olvides."
Durante la ruta de hoy atravesamos el límite entre las provincias de Lugo y La Coruña a la altura de O Coto y antes de llegar a Laboreiro preciosa aldea gallega que atravesamos por su calzada de piedra de pizarra gastada por el trasiego de peregrinos y donde una obligada parada en la Iglesia de Santa María puede servir de descanso antes de iniciar el tramo de más de cinco kilómetros que nos llevan hasta Mellide.
En ese tramo aldeas con mujeres labriegas, coladas tendidas aprovechando el sol que hoy luce, alguna pareja de la guardia civil a caballo y un hecho muy singular. De entre las múltiples frases que uno va viendo escritas en los mojones y monolitos del camino hay una que adquiere un significado especial en mi camino y que a partir de esta etapa va apareciendo cada cierto lugar con cierta insistencia.
“LAURA SIEMPRE”.
¿Casualidad?
Mellide es el punto intermedio de la etapa y capital del pulpo galego donde todos lo peregrinos suelen pararse a degustar el maravilloso pulpo que allí se sirve. En Mellide se cruzan dos caminos el Francés por el que yo discurro y el Primitivo que viene de tierras ovetenses, con lo cual esta localidad es un punto no solo de paso sino también de alojamiento entre los distintos caminantes que realizan la ruta jacobea.
Allí me paro en la pulpería más conocida, no se si la mejor, Ezequiel y entre bancos y gente me siento y comparto mesa con dos chicas gallegas, una onubense, una madrileña y otra malagueña con la que he coincidido en más de un tramo del camino, buena compañía, especialmente la malagueña, esta chica transmite algo especial.
En la mesa de al lado toda la peña de Madrid, Tomás de Badajoz, otras chicas, etc… comiendo pulpo y bebiendo ribeiro a más no poder menuda será la pasta que se van a dejar en la susodicha pulpería.
Allí estuve pues como hora y media entre chácharas y esperando a que el pulpo terminase de coger la ternura necesaria para poder degustarlo e impaciente por saber si este famoso pulpo de Mellide mejoraría a ese que probé días antes.
Y un carallo lo mejora, no estaba malo ni mucho menos, pero para nada mejora aquel manjar que probé bajo aquella carpa en Sarria.
Han pasado ya más de cinco horas desde que arranqué antes de las siete de la mañana y tras un par de botellas de ribeiro compartidas con mis compañeras de mesa decido reiniciar la marcha pero se me acerca la señora camarera de la pulpería y pensando en voz alta se dirige a la mesa diciendo:
“Pues me parece a mi que la gente de esa mesa se han ido sin pagar”
A lo que yo contesto que no puede ser que son gente con las que compartimos el camino y parecen formales y que tiene que haber un malentendido que no creo que eso haya ocurrido.
Pero la señora no muy convencida pregunta a sus compañeras de salón y allí no había cobrado ni Cristo. La mesa con no menos de tres botellas de ribeiro, alguna jarra de cerveza, latas de coca-cola y aquarius, que se vieran al menos dos o tres tablas de pulpo y allí no cobró ni el apuntador.
Pero yo en un gesto de lealtad con mis amigos peregrinos vuelvo a dar la cara por ellos y digo que debe tratarse de un error, la gallega me mira como diciendo: ¿un error?
Días después pudieron aclararme lo sucedido y es cierto… hicieron un SINPA.
Sus motivos tuvieron, como media hora pidiendo la cuenta y allí nadie se acercaba a cobrar. Pues entonces, a la de una, a la de dos y a la de tres.
Se les olvidaron unos bastones y hasta volvieron por ellos, vaya cara, ya me lo dijo mi padre: No te fíes de ningún peregrino por mucho que creas, que en el camino siempre ha habido truhanes, maleantes y pillos que comen, beben y duermen a costa de los demás y amparados en el espíritu jacobeo.
Gracias papá por el consejo pero yo hubiese hecho lo mismo, hasta volver por los bastones.
Pero no todo es pillaje y desparpajo también hay lugares antes de llegar a Mellide donde puestos ambulantes te ofrecen agua gratis o tenderetes donde puedes servirte una pieza de manzana a cambio de la voluntad si lo estimas oportuno.
La ruta sigue atravesando la villa por la plaza do Convento, sello de credencial y salida del pueblo a la altura de la Iglesia de Santa María de Mellide y allí en un intento de enfocar mi cámara de la mejor manera para sacar la instantánea del templo me caigo de espaldas en una pequeña zanja del camino que me pone de barro hasta las orejas.
Afortunadamente no me sucede nada pero sirvo de muñeco de la risa del respetable que por allí transita.
Siempre fui un poco patoso.
Camino de Boente y un poco desfallecido por los kilómetros andados y sin agua, a mi paso por Parabispo veo como dentro de una casa una señora riega sus arriates llenos de rosales y le pido el favor de dejarme pasar para beber algo. Como no podía ser de otra manera la mujer me dice que abra la cancela de su casa y pone a mi disposición la pila de agua de su patio, me refresco y lleno mi cantimplora mientras un gato es vigía de mi acto sin quitarme su felina mirada de encima. Doy las gracias a la señora y continúo en busca de la bendición del padre Andrés en la Iglesia de Santiago de Boente.
Otro recuerdo imborrable a mi llegada a Boente, allí en la iglesia que Don Andrés Guerreiro pastorea un cartel indica que en ese lugar se pone sello a la credencial y entrando por la sacristía el cura tiene un tinglado montado de manera que según la nacionalidad que seas te entrega una estampa con una oración a Santiago en tu idioma original, en la mesa junto a los montones de estampas una lata con el letrero “DONATIVOS”, raro es él que no deja algo de chatarrilla, luego el cura te invita a pasar al interior de la parroquia para darte la bendición.
Una vez dentro de la parroquia y cuando el aforo es más o menos el adecuado, el padre Andrés pasa, se coloca delante del altar, alza la mirada observando si la mayoría del respetable es de nacionalidad española o no, en mi caso solo éramos un par de españoles, saca del bolsillo de su obsoleta chaqueta una pequeña agenda y procede a dar la bendición mientras se santigua:
INDE NEIN ONDE FADER, ONDE SON, ONDE JOLI ESPIRI…
Y así con ese dialecto da una característica bendición a todos los presentes que a los dos españolitos que por allí andábamos sentados en la primera fila de la parroquia nos provoca una risa contagiosa que no podíamos aguantar conforme la bendición iba avanzando en ese ingles profundo de las montañas.
En el momento de marcharme aparecen por allí, de nuevo, Claudia y José Antonio, algo cansados y especialmente Claudia muy perjudicada con las ampollas en sus pies. Decidimos esperar y continuar juntos el resto del camino al menos hasta Ribadiso donde ellos tenían pensado pasar la noche.
Han pasado las tres de la tarde y apenas son veinte los kilómetros caminados, la cosa hoy va lenta y con calma.
A poco de llegar al albergue de Ribadiso decidimos parar en el Bar Manuel para comer algo antes de emprender el último tramo de la etapa y sentado en una mesa veo como unos amigos degustan unos gigantescos bocatas que responden al nombre de “trifásicos” compuesto por filetes de pollo, queso y bacon.
Sin mediar palabra entro en el bar y me lo pido con la mala noticia de que ya no le quedan, mi gozo en un pozo, pero cojo la carta y de todo lo posible me pido un “pepito de ternera” y claro yo esperaba un pepito que en mi tierra es un bollo de pan pequeño, pues resulta que el pepito era media barra de pan con al menos tres filetes de ternera.
Menudo pepito, menuda ternera y menudo tomate el que le puso cuando se lo pedí que hasta fue a una bolsa que había recogido minutos antes de una huerta que tienen detrás del bar.
Pues con el pepito de ternera atravesando mi cuerpo continuo hasta Arzúa parando antes por el puente medieval de Ribadiso, junto al río y el antiguo Hospital de San Antón hoy convertido en uno de los mejores albergues de todo el Camino de Santiago.
En la puerta del albergue conocemos a Tom, un señor irlandés con una pequeña mochila y una sonrisa marcada a fuego en su cara que viene desde Pamplona haciendo el camino y de nuevo la pregunta:
¿Qué mueve a un Irlandés, de Dublín, a realizar el camino?
Allí tenían pensado dormir mis amigos pero ya pasaban las cuatro y media de la tarde y el albergue estaba completo.
Claudia recoge su mochila que había enviado directamente al albergue la carga con mucha dificultad y proseguimos nuestro camino con la intención de que una vez llegados a Arzúa encontrásemos un lugar para el descanso.
En ese momento me doy cuenta de que el camino en si tiene el atractivo de empezar cada mañana sin saber donde vas a dormir y que en cualquier albergue tendrás cobijo pero este año santo es distinto, no hay sitio en ningún lugar, llevo viendo a gente dormir en el raso desde el primer día y llego a la conclusión de que dejar reservado con antelación tu cama en albergues privados o pensiones es la mejor opción para hacer un camino tranquilo, disfrutando y sin lugar a la sorpresa.
Ya en la subida a Arzúa voy observando a Claudia que con bastante dificultad apenas puede alcanzar un paso tras otro y le propongo que me ofrezca su mochila para portarla, ella en un principio no acepta mi propuesta porque sabe que mi espalda viene algo castigada de días anteriores pero ante mi insistencia provoca que ceda y yo la porte.
Aquella mochila era bastante pesada, por encima de la media que establece que no debe de pesar más del diez por ciento de tu peso corporal y era normal que ella lo estuviese pasando mal.
Mi conversación con Silvia, la chica italiana de la que hablé días atrás, hace más liviana el final de la etapa contándome lo maravilloso y auténtico que es el camino desde Roncesvalles y lo que duda en hacer una vez llegue a Santiago, si dar por terminado el camino o continuar hasta el Cabo de Finisterre y quemar allí su ropa.
Que diferencia de caminos, siendo el mismo fin pero distintas formas.
Un lento caminar nos lleva hasta la entrada de Arzúa, son cerca de las seis de la tarde y la avenida de Lugo se hace interminable después de casi treinta kilómetros y once horas de etapa.
Legamos a Casa Carballeira con la esperanza de que Lucrecia tuviese alguna habitación para José Antonio y Claudia, los presagios no eran buenos pero por esas cosas que tiene el destino quedaba una habitación disponible que horas antes había desalojado una peregrina valenciana que por motivos de salud se vio obligada a abandonar el camino.
La confirmación de la señora Lucrecia provocó la alegría y la emoción de todos, especialmente en Claudia, la más sacrificada posiblemente de esta etapa.
Hay que ser una gran mujer, hay que tener una fortaleza física y emocional muy grande y un espíritu de sacrificio brutal para sobrevivir a una etapa como esta en las condiciones físicas que mi hermana colombiana lo hizo.
Mis felicitaciones Claudia por tu demostración de valor que hago extensible para todas aquellas personas con las que me crucé en el camino y apenas podían dar un paso tras otro.
Ellos, vosotros, sois los verdaderos héroes del Camino de Santiago, a los que nos respetan las lesiones, las ampollas o los que emprendemos la ruta en condiciones físicas optimas solo somos espectadores del esfuerzo, devoción y voluntad que otros hacéis.
Me quito el sombrero ante ustedes peregrinos.
Lo que quedaba de tarde, descanso, tranquilidad, paseo por el pueblo deleitándonos con el “Asturias patria querida” acompañado de armónica que dos peregrinos cantaban en un bar junto a la parroquia mientras bebíamos una clara con limón y la extraordinaria cena que Lucrecia nos preparó a base de arroz con gambitas, sopa casera, tortillas de queso de Arzúa, y postres elaborados en la factoría del placer al paladar que es la cocina de esta extraordinaria gallega que permitió que todos pudiéramos tener un techo donde dormir aquella noche a poco más de cuarenta kilómetros para abrazar al Apóstol.
Claudia, recuerda que tenemos que vernos en Bogotá…