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13 de septiembre de 2008

El viaje de vivir...

Mis primeros recuerdos como viajero se remontan al verano, creo, del 90. Antes algún viajillo con el cole, Granada, Mallorca y un par de años en colonias de verano. Eran años de instituto, de amores imposibles, de virginidad, de “cuando el mar te tenga (EUDLF)", de planes para mi futuro inmediato, que si la FP o el BUP y tiempos en los que tus preocupaciones no iban más allá de saber como te lo podías pasar de bien durante el periodo estival.

Nunca viaje con mis padres, nunca pudimos. Quizá, ellos, en aquellos años no lograron preparar jamás una maleta para emprender unas vacaciones durante mi niñez y mi adolescencia, pero esas carencias padecidas en forma de vacaciones fueron complementadas con grandes dosis de humildad, valores y consejos que con los años me han servido para apreciarlos mucho más de lo que hubiese pensado en aquellos tiempos.

No cambio el viaje más largo y apasionante que hubiera podido hacer con mis padres por cualquiera de sus valores transmitidos.

Volviendo a principios de los 90... cogías un autobús o un tren con destino a la
Sierra Norte de Sevilla, Cazalla, Alanís de la Sierra, El Pedroso, San Nicolás del Puerto o cualquier otro pueblo de tan bella zona. Buscabas sitio donde acampar. Tu viaje finalizaba cuando te quedabas sin pasta o sin comida. Eran tiempos de acampada libre, de historias de terror a la luz de una hoguera en medio del campo, de noches estrelladas, tiempos de las primeras tiendas de campaña tipo “iglú”, si tenías una tienda “iglú” eras un avanzado en el arte de la acampada, si tenias una “canadiense” te habías quedado en los 80.
Eran tiempos de los primeros amores y desamores.

Desde el Pico de la Cueva. Ardales (Málaga).

De todas aquellas experiencias el mejor de los recuerdos sin duda fue cuando aquel grupo de amigos, decidimos dar el salto y salir de la provincia de Sevilla. Ibamos a realizar nuestro primera salida fuera, nos íbamos a El Chorro (Málaga), nos aventurábamos a emprender el, para nosotros mítico, Caminito del Rey. Aquellos días fueron inolvidables, no he vuelto a ir por allí en casi quince años pero todo aquel paisaje era apasionante.


Caminito del Rey.

Aquel grupo de amigos disfrutamos de vivencias sin importarnos nada, aquella “hermandad de sangre” parecía indestructible, nadie puede frenar la juventud, porque con 15 ó 16 años la amistad es más pura que con 25 ó 30. El tiempo y las causas hacen que unos sigan estando y otros se pierdan para siempre, cada persona es libre de elegir su destino y de con quien compartirlo.

Yo elegí el mío para emprender el más bonito de los viajes…

El viaje de vivir.

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