El pasado jueves fui testigo de 120
minutos de partido de fútbol soporífero, de partido de miedo a
perder de dos selecciones, un encuentro que no hacía honor a una
semifinal de copa del mundo pero que me regalo una tanda de penalties
histórica donde vi, por cuarta vez en mi vida, llegar a la final de
un mundial a la Selección Nacional Argentina de Fútbol.
En la final que se disputa hoy domingo,
yo voy con ellos, con los argentinos.
Yo voy con Argentina, y voy con
Argentina por éstos motivos, entre otros muchos:
Voy con Argentina porque como viven el
futbol en ese país, en ningún lugar del mundo, por como lo viven
los que están fuera de su tierra y pregonan su amor por los colores
de su club y su selección allá donde estén, por el ambiente que
veo en sus gradas desde que tengo uso de razón y porque la
entonación de los cánticos de sus “Barras” fueron las mías en
el mágico Gol Norte de mi estadio, de mi hogar futbolístico.
Voy con Argentina porque el primer
Mundial que conoció mi vida fue allí, en Argentina, en el año 78
del siglo pasado y allí, en El Monumental salieron campeones del
mundo por primera vez los Kempes, Pasarella, Bertoni y compañía, en
un partido que tengo grabado en VHS y no me cansaré de verlo jamás.
Voy con Argentina porque crecí como
aficionado al futbol de selecciones con Argentina como alternativa de
sueños a una selección española que jamás hizo nada, que
únicamente fracasaba a cada mundial que iba. Me marcó a fuego, en
lo más profundo de mi alma futbolera la Argentina de Diego, Valdano
y Burruchaga en México 86, la “Bilardista” y vilipendiada
finalista de Italia 90 y en USA 94, donde la veía campeona hasta que
un desafiante Maradona fue expulsado por la FIFA.