Nueve de noviembre de dos
mil trece, amanece en San Juan de Aznalfarache, toca salir a
entrenar, anoche llegué de Málaga, cené con mis padres pero hoy...
Hoy es de esos días que
me siento como el niño que fui, como aquel pequeño hombre que
cualquier cosa le ilusionaba por insignificante que fuera, como ese
hijo que su madre despedía con un beso protector a las puertas de su
cole mientras espera a sus compañeros de clase, a sus fieles amigos
del “A” del Payán...
Pero la diferencia radica
en que hoy sí, hoy mi madre me despide con el mismo beso y aquellos
amigos de la infancia han quedado citados en aquella vieja puerta del
Payán Garrido, 25 años después, para reencontrarnos y volver a
revivir y recordar aquellas jornadas de cole entre pintadas
prohibidas de “rotus carioca” en nuestros pupitres, a sentir el
olor del polvo de tiza que desprendían los trazados de nuestros
pacientes profesores en aquellas pizarras coronadas por la foto del
mismo rey que hoy reina, hoy hemos vuelto a contar los minutos que
faltan para que suene la sirena que nos daba el pasaporte a un recreo
donde nosotros, los chicos, jugabamos al futbol o a
“sota-caballo-rey”, y ellas, nuestras chicas, saltaban al
elástico o vestían muñecas imaginarias de papel con sus
“recortables”.
Hoy Rafael “el
portero”, ha bajado del cielo para abrir las puertas del cole y de
nuestros corazones a las doce y media.