A esos amigos y amigas que esperan en el andén de una estación a que pare su tren, cuando a veces, si fuera necesario, hay que subirse en marcha.
Me desprendo del reloj y lo apoyo en la barra, me sirven un café caliente cuando sólo quedan 15 minutos para partir. Otra vez de nuevo aquí, en el apeadero de San Bernardo, otra vez de camino.
Es un corto pero intenso viaje.
Apenas dos horas y media desde Sevilla a Málaga, en un media distancia de Renfe que adapta su estructura al estrecho viario que la campiña hispalense cede entre sus verdes, húmedos y soleados campos.
Sevilla
se va alejando por su abandonada periferia dejando el olor y el sabor a tierra mojada
que la lluvia de la madrugada anterior le regaló.
Somos
pocos pasajeros los que compartimos vagón, casi todos se han ido bajando en los
apeaderos de Dos Hermanas, Marchena u Osuna.
El
tren acaba de salir de la estación de Pedrera y se han bajado los únicos
pasajeros que quedaban en el coche 1. Unos con equipaje y otros con bolsas de
haber realizado compras en la capital. Una bella joven recién apeada del vagón
se lanza a los brazos de un chico que la espera en el casi desierto andén que
sirve de reposo para mi tren.
Hace
tiempo que no se ven, seguro. La intensidad del beso y el abrazo los delata, el
olvido y abandono del equipaje de ella a un lado como si no importase lo que
transporta es el testigo de esa muestra de amor y pasión.
¿Hace
tiempo? quizás sólo hace horas que no se ven, pero para ellos es toda una vida,
o al menos, lo parece.
Eso
suele ocurrirle a la gente que ama. Un segundo pasado sin la presencia del ser
querido puede parecer toda una vida, puede, a veces, ser hasta insoportable
pero el mágico reencuentro recompensa todo el tiempo transcurrido.