Livorno, la conocida por muchos como puerta de entrada a La Toscana italiana.
Es lugar estratégico para cruceristas que la ignoran dando prioridad a la visita de sus vecinas Pisa y Florencia pero esta pequeña ciudad italiana recoge un encanto especial si te dejas llevar por sus céntricas calles y te relacionas con sus ciuadadanos.
Cada vez que visito una ciudad donde el mar toma protagonismo tengo la sensación de que su gente es mucho más abierta que cuando éste queda mucho más lejos.
En Livorno, no me quedo tanto con la vistosidad o la importancia de la ciudad desde un punto de vista cultural o histórico, sino más aún con todo aquello que rodea el comportamiento de su gente.
Adentrarte en el patriótico Mercado Central y ver como los vendedores luchan por que un cliente compre en su tienda, los olores de la mar, las tiendas especializadas en pastas y quesos o aquellos talleres de relojes y zapatos que cada vez se ven menos en nuestro mundo actual, comparten espacio con un bellísimo edificio decorado por banderas de Italia que hacen despertar el amor que sienten por sus colores, por su país.
Bordear la Fortallezza Nuova hasta llegar a la Plaza de la República sin perder de vista el tráfico de embarcaciones que su canal posee o pasear por la ciudad hasta llegar a la Vieja Dársena y pararse a conversar con pescadores sobre la crisis, el fútbol y todo aquello que pueda interesar en lo que un rato de charla da, mientras unos tejen redes para la pesca y otros intentamos mejorar el poco italiano que dominamos.
Relacionamos La Toscana con esos bellos rincones y ciudades que a todos nos tiene acostumbrado, pero esta región italiana tambien reclama trocitos de tierra pegados a la mar, como es Livorno.
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