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4 de septiembre de 2015

El café de la tarde


Hoy el café de la tarde me sabe muy distinto.

El aroma que desde hace años me llega al olfato y el sabor a mi paladar es tremendamente diferente, sencillamente no es el mismo y no porque el tipo de grano, el establecimiento, la compañía (aunque estoy solo) o el camarero que lo sirve sea otro.

El café de la tarde de hoy sabe distinto emocionalmente hablando, este café me sabe a victoria.

Pero que curioso, es un sabor amargo también, lleno de contrastes y que aún tomándolo en un momento que debería ser de euforia por lo conseguido, se torna en recuerdos de un pasado reciente, en lamentos y en un camino duro, muy duro que llega a una nueva meta pero que en ningún caso llega al final.

Pensar constantemente en escenarios de futuro provoca, irremediablemente, que descuides y no disfrutes el presente como se merece.

 

Ninguna victoria es agradable ni satisfactoria cuando en el camino han quedado víctimas, corazones rotos, abrazos perdidos y besos olvidados. Ningún triunfo es meritorio si para ello tu alma esta dolida, tus heridas aún supuran y siguen sin cauterizar en cicatriz aunque el tiempo, que gran verdad, lo cura todo.

Mi victoria de hoy es sólo la victoria de lo justo, donde decidir triunfa sobre indecisión, cuando actuar le gana la batalla a inhibirse y por supuesto, cuando el “hasta aquí hemos llegado” conquista al “ya veremos que pasa mañana”.

Es maravilloso sentirte victorioso cuando por mucha materialidad que te llega de repente es tan sumamente secundario si tus valores, tu convicción de lo justo y tu innata humildad envuelta en un traje de vanidad quedan por encima de todo lo que el dinero pueda comprar.

No estoy orgulloso de mi triunfo, porque viene de un estrepitoso fracaso. Pero si estoy tremendamente orgulloso de ese día, como tantos, que me miro en un espejo y digo: basta ya amigo, esto no puede seguir así, es el momento de intervenir en ti mismo, de pulir tus propios ojos para que vuelvan a brillar como sabes que lo hacen, de sacar lustre a la coraza emocional y sentimental que día a día, capa a capa, has ido forjando a base de desamor, decepciones y engaños. Me siento orgulloso de lo ganado porque el triunfo no es sólo mío, como en una carrera no eres nadie sin el apoyo de la gente de afuera, de los que de verdad te aman y respetan que tropieces una y otra vez, que te estrelles contra ese muro que tú levantas y que tú mismo debes derribar con tus actos.

Mi victoria es también de ellos, son muy pocos, pero hoy sienten como yo.

Siento de verdad que otros pierdan. Yo también acabé derrotado muchas veces, pero en el fondo de todo, de las derrotas se aprende más que de las victorias, desde el suelo el cielo es más amplio, desde atrás puedes ver que hay delante y con los ojos cerrados puedes imaginar lo que quieras porque es más bello aquello que sientes con tu voluntaria y derrotada ceguera que aquello que tu victoria puede ver claramente.

Ha llegado la hora de actuar, no esperes ni un solo momento. Puede que pierdas de nuevo, será lo más probable porque la injusticia prevalece en la mayoría de los casos sobre la justicia, pero si no actúas, si no saltas al vacío, si el miedo y el temor al destino le ganan la batalla al paso al frente, no tendrás la oportunidad jamás de sentir lo que hoy yo siento y te puedo garantizar que aunque un olvidado rincón de mi corazón vuelve a sentirse triste, te aseguro que merece la pena intentarlo.

Inténtalo porque hay tardes, de verdad, que el café sabe muy distinto...