Define John Carlin en su libro “El factor humano” a Nelson Mandela como a un hombre que apuntaba a la semilla oculta que alberga cada ser humano, sabiendo sacar lo bueno que yace en el fondo de las personas.
Ahora, en el preciso
momento que escribo, el gran Madiba se debate entre la vida y la
muerte en un hospital de Johannesburgo, rodeado de sus
familiares y sobre todo con su pueblo, negros y blancos, blancos y
negros, pendientes de su estado de salud.Y lo que es mayor aún, todo
el pueblo del planeta también lo está.
Porque Mandela no es cualquier mortal, Mandela es de ese tipo de hombres que mi generación ha conocido desde siempre, hemos crecido con él y es ese tipo de personas que crees que son eternas, inmortales y que nunca llegará el momento de abandonarnos para siempre.
Pero “el abuelo”, premios nobeles de la paz y reconocimientos internacionales aparte, nos dejará un legado cargado de solidaridad, bondad y un ejemplo universal para la raza humana, en el que cuando un ser humano cree firmemente en un sueño, puede cumplirlo independientemente de las trabas, adversidades e inconvenientes que la vida ponga ante uno.
En sus casi tres décadas encarcelado en Robben Island tuvo claro que, al igual que Luther King, su gran sueño era que a la gente de su país se le juzgara, no por el color de su piel, sino por su carácter.